¿ A qué hora estoy muriendo?

viernes, 19 de septiembre de 2008

Septiembre de Iniciación




Locura

El autobús de escuela.

Una sola palabra fue la que escuchó Tomy antes de salir de horroroso sueño en el que lo mas profundo de su ser se encontraba, era increíble, si lo era: Pero por mucho que ese sueño le incomodó y le habló de su vida no recordaría nada, absolutamente nada cuando un grito vacío, una voz resonare que chocaba con las paredes de su habitación y que se escapaban por la ventana de su cuarto.

--Despierta—gritó la voz de su madre, y eso fue como una bala. Un golpe que osciló y que salvó del infierno en el que se veía encima Tomy.

Un segundo: despierta, osciló en aire y los ojos, llenos de lágrimas secas, se abrieron de par en par, escudriñando su común habitación. Las paredes eran azules eléctricas, unas cuantas figuras se despegaban de ellas amenazante. La cama estaba en el centro de la habitación rodeada de figurillas de plásticos, y maderas en todo el piso, inquieto y sabiendo que día era este, se puso de pie de un salto. Como todo niño que mudaba aún dientes, y que próximamente apagaría nueve velas en los pasteles, corrió rápido de la habitación.

Se paró en seco antes de descender a la cocina. Se devolvió a su cuarto y puro jurar que lo habían llamado, que una voz clara le pedía que le regresara que durmiera un poco más. Con enojo miró a su estúpido muñeco Action man, y pensó que el cuidaría su cuarto en este día. Así que descendió hasta la cocina.

La mayoría de las personas ya no siguen la rutina de comer en el comedor. Y esto es constante muy a pesar del nombre de dicha sala, no obstante, Tomy era uno de los que no le importaba en lo absoluto dicha pregunta: comer aquí o no comer. Para él, el plato de hojuelas de maíz de mamá era sólo un rápido bocadillo que tenía que acabar lo más antes posible, hambre muerta, era lo que sentía. Y por esa obsesión por la comida es que ahora era un niño de ocho años, con una prominente panza envuelta de muchas horas de comidas.

Mamá le besó mucho.

Era un mujer de mirada quieta e imaginaria, como si en cada momento de su vida estuviese pensando en algo, algo loco, tonto, o quizás hasta mágico como si su mente menguara por la galaxia y que solo pocas veces, muy pocas en realidad, se tomaba la molestia de dejar su autorreflexión y ver lo que tenía al frente.

Tres hijos. Un esposo. Una nueva casa. Unos nuevos vecinos. Y el terror que nunca abandona, ¿será que seremos aceptados en esta ciudad?

Su familia de campo había dejado el interior de Venezuela para acostumbrarse a la gran ciudad: Caracas. Varios años preocupados por la educación de creciente familia, y con tres campeones a bordo era más problemático aún.

Una mujer de aspecto cansino y de campo la miraba el último día de su instancia en guarico.

--¿Están totalmente seguro de lo que están haciendo?—le dijo la mujer un sábado por la tarde en las tierras tranquilas (quizás no tanto) de Ciudad Guayana en el estado Bolívar. Su rostro era severo, y angustiado.

--Si, Clara lo estamos.

Todos en las Parcelas, una parroquia de San Félix, se angustiaban por lo mismo de la familia Randon. El dilema de vida o muerte, irse o quedarse. En las parcelas la vida era difícil, claro como toda vida campestre, mucha deficiencia en cientos de servicios: escuela, luz, transporte, y pare de contar… Pero por lo menos la seguridad era un factor bueno. Contrario a la capital, un mundo totalmente nuevo y sin experimentación donde la familia se vería presa. ¡Oh presa, si!

Definitivamente siempre pensó eso. Y su marido también. El cambio del campo a la ciudad, más de quince años pensándoselo mucho, trabajando y ahorrando para cumplirlo. Sería la mejor decisión.

Quizás si.

O no.

Sin embargo, un día después la familia estaba felizmente alojada en una casa algo pequeña para cinco personas, pero por lo menos con cuartos para cada uno.

Y Tommy comía en la cocina, pues en su casa no había comedor.

--Espero que estés listo—le dijo la mamá alegre.

El papá que navegaba en su periódico le dio un guiño.

Tomy tragó la comida que su mamá le cocinó, un murmullo se escuchaba del exterior y miró de reojo la figura de su dos hermanos, hediondos y llenos de sudor, entrando a la sala echándose a la mesa –que no era más, una especie de estante en la cocina donde podían comer tres personas mientras los demás esperaban su turno—, y cogiendo apresuradamente todo a su paso.

--¿Cómo estás Timothy?—le saludó su hermano de quince años, quien asistía a la secundaría que quedaba a pocas cuadras de su nueva casa, hogar no era una palabra que podía darle a lo que veía a su alrededor. No por lo físico, sino por la energía—O cielos a falta de una palabra que deleite el paladar de un niño de ocho años que no sentía aun su casa como su Hogar—que aún no se acostumbrada.

--No me digas así Hernán. Y cállate—le dijo Tommy.

Un muchacho alto con el cabello revuelto saludó, y le dio gracias a mamá por la comida. El padre le felicitó.

Listo y la familia Randon vivía alegre y Feliz semejante a toda familia Caraqueña…

Pero Tomy Randon no era ni la mitad de lo que anteriormente se dijo. Era un chico gordo, con una mirada entre dormida, y viva, casi al punto de caer profundamente y reventar como un pipote de agua.

Pasaba horas leyendo. Y dibujando en la habitación de su nuevo hogar, algo en ese viaje que efectuó hace solo un mes, le cambió, y lo hizo mucho. No era una bola de grasa tampoco, pero si se podría orgullecer de pesar el doble de un chico promedio de acuerdo a su edad. Pero a pesar de todo lo bueno que tenía, desde que viajó a San Félix, ese algo que dormía en su interior despertó…

(Será…)

Desde que aprendió a leer, llenó su cabeza de horror. Leía muchos cuentos de vampiros, hombres lobos, personas que asesinaban, sangre por aquí sangre por allá. Un Frankenstein por aquí, y un loco asesinando a su familia por allá. Pero nada de eso le asustaba en lo más mínimo, quizás era madurez—una madurez extrema para su edad, que era el resultado de muchas horas en soledad— la que no le permitía temer absolutamente a nada.

Y claro en San Félix, usaba su cualidad para asustar a los demás.

Pero ahora desde que había llegado a Caracas, en su interior, despertó algo que en varias dimensiones paralelas ya estaba solo que ese algo y él no lo conocía.

El miedo, fue ese sentimiento que sintió en su vida, y que se acrecentó cuando llegó y tocó por vez primera el lugar al que no podría llamar hogar.

Mamá se llevó todos los platos y Tomy examinó los cuchillos y cubierto que se llevaba su madre, y una imagen se le vino a su mente un repentino zumbido como un yo-yo que se daba en su mente. Veía claramente a su madre yéndose de bruces quedando ensartada con todos los cubiertos. Muchos alojándose en sus ojos, sacando el iris y lavando su pestaña con su humor vítreo. Otros metiéndosele por la nariz y un cuchillo embarrado con chocolate, clavándosele en el cuello, creando una armoniosa fuente de sangre en todo el piso. Y ella en el piso sonreía.

Y ella en piso, le miraba con un tenedor en el ojo derecho.

Y ella le sonreía con un montón de cucharillas en la boca, donde los labios se movían de arriba y abajo rotos por cientos de vidrios de los platos.

Su mamá, le veía…

Pero como ya dije, era otra imagen de su mente que le atontaba. Su madre estaba perfecta sus ojos le miraba, los dos ojos color avellana. Sus labios rojizos se reían, no descuartizados, y se alegró de que fuera solo un pensamiento.

Para su estrechamente todo lo que estaba pasando aquellos días era una tortura, una gran tortura que le amordazaba, le amarraba, y con millones de aguja se le enterraba como si estuviera recibiendo descarga eléctrica, era una tortura total.

--Bueno, Tomy hoy es tu primer día de clases. Espero que te valla bien. —dijo la madre. Aquellas palabras fueron una bofetada que lo sacó de su mente. <>, como amó a su madre por aquellas pocas palabras.

--Tienes razón mamita. —le respondió.

Bill que era su hermano mayor comenzó hablar con su padre sobre un par de cosa, que simplemente Tomy quiso ignorar. El lo miraba con admiración a su hermano. Tenía veinte años, estaba en la universidad estudiando medicina, lo que el siempre quiso y por eso fue fabuloso viajar desde San Félix a Caracas, el pudo estudiar.

No obstante Tomy no quería a caracas, no la quería. No le gustaba.

Pero sí su familia lo aceptaba, él debería acostumbrarse.

Subió por última vez a su cuarto y le echó un reojo. Miró las portadas de revistas, cuentos, libros, todos y cada uno con marcas de sangre, carabelas o velas. Un rumor pasó por su oreja se volteó de inmediato y se tranquilizó. Tomó su bolso, y salió dejando atrás a su cuarto.

(¿Era su cuarto?)

Muy a pesar de su edad. Se sentía asqueado por todo a su alrededor, como cuando tenía seis años y por un momento de rabia recordó una portada de su revista de terror y destrozó la cara de un compañero. Posó su gran cuerpo sobre el enclenque cuerpo de Max—de diez años, y maleante—y le destrozó la cara a golpe. Aquel chico le había gritado desde un parquecillo, allá en ciudad Guayana, ¡Bola da Grasa, Gordo de mierda!, y cuando sucedió Tomy era un balde (no por lo gordo, sino por la furia) de Pólvora y las destellantes palabras (Gordo...De...Mierda) le tocaba sus odios se los perforaba y lo dañaba, en vuelto en cólera se lanzó encima de él. Y los golpes eran simples palabras que brotaban. Palabras que dañaban, palabras que insultaba, pero que no se decía, sino que se traducían los golpes, y patadas.

Cuando terminó con el chico. Se deprimió por lo que había hecho, por que él no era un chico malo, no lo era. Corrió a su casa y habló con su madre, sabiendo perfectamente que le iba a dar una tunda, pero ella no lo hizo primero se puso a llorar por todo aquello pero si después le regañó pero Tomy sabía—por lo menos en sus adentros—Que ella no estaba completamente molesta.

Y la idea de niño malo, se le fue.

Eran las siete de la mañana entonces cuando esperó, con la vejiga a media reventar en la parada, solo, porque sus hermanos se negaron a acompañarlo, sin embargo la puerta de la casa medianamente grande, se abrió y salió una mujer ancha y fuerte. Su madre le tomó del hombro y le tranquilizó.

--Te irá bien, lo sabes. —le dijo la madre casi al oído.

Con un beso le arregló los botones de la camisa en la parte del bordadillo. Era como una costumbre que con los años avecinó en su vida materna. No simplemente arreglarle el dobladillo, sino inspeccionarlo, quizás con la desconfianza que algo le haga ver peor.

La calle de Alta mira estaba silenciosa. Un par de carros estacionados cuyos vidrios estaban opacados por la luz intensa, que a la siete y cinco de la mañana, reinaba como un dios azotador de fuego sobre su cabeza.

Entonces el momento llegó. Un autobús de un amarillo como la orina de un borracho al borde del colapso, recorrió la calle posterior y como un perro se paró enfrente de ellos.

Los ojos de Tomy se desorbitaron (ya era hora).

Una brisa acarició su cabello, y la melena que llevaba su madre que con una mano en el hombro le despidió. Como buen hijo, sabía que su madre se moría por recibir un beso, y lo hizo, le dio un beso cálido a la madre.

--Cuídate—le dijo su madre.

Tomy asistió tomó con fuerza su bolso y miró los escalones casi pulidos del autobús escolar. Subió peldaño a peldaño, ruborizado y tratando de no ser notado.

Luego de que volteó su madre ya no estaba se perdía entre la luz reflejada en los carros, y el calor de septiembre azotaba como los hombres a los caballos dentro de la unidad. El chico decidido comenzó a subir.

Paso tras paso esperó amenazante. Un golpe, una escupida, una grosería o aquellas palabras que odiaba escuchar (¡gordo de mierda!). Miró al conductor pero este ni le observó el hombre cuya cara guardaba los poros dañados como volcanes de una juventud cercana, los restos del acné del conductor estaban rojizos aún.

Y el momento que temió llegó.

Parado enfrente a un grupo de no más de treinta chicos. Todos, y ninguno le miraban era como ser parte de un universo paralelo, o simplemente un poco de aire entre el silbido algo que no era notado. Por lo menos, se dijo.

El conductor con voz cansada y casi de un ladrido le habló:

--Estás esperando la fotografía. ¡Toma tu lugar!

Como un militar se sentó el primer asiento que miro. Al lado de una chica pequeña con pezones el pleno brote. Para Tommy aquello era irrelevante es más ni notó el lápiz labial de su acompañante ni por supuesto la colonia que intensamente se enjuagó en su piel al estar en su casa.

El autobús era como cualquier otro. Sillones de metal con un cojín hecho con tela y medianamente incómodo donde cientos de chicos de diferentes escuelas sentaban sus traseros y dónde estos no eran reparados a no ser que el autobús se quemara. Los vidrios se cubrían por una capa de polvo, y todo lo maravilloso de la aparente limpieza del autobús se deshizo.

La chica que no se limitó en mirarlo cuando este hundió su trasero en el asiento dejando escapar un ruido que retumbó la unidad. Lo que en verdad le alegró es no ser víctima de una burla.

--Mi nombre es Tommy—saludó a la chica quien se quitó los auriculares que llevaba puesto.

--¡Ah! Que bueno.

La miró con recelo y prefirió no hablar con la desconocida.

El asiento que compartía con la adolescente estaba justo en la escalera de acceso. Era como una costumbre tener un lugar de escape un momento en caso de que pasara algo o se iniciase un incendio. No recordaba en que novela leyó aquello pero siempre había malos que les gustaba secuestrar a chico; y en ese caso lo más recomendable era estar de último. Pero también leyó que cuando se es nuevo y caminas por el pasillo del transporte te ponen la zancadilla o algo peor te miran con cara de estierco, y ninguna de las dos opciones la prefería por eso se quedó al lado de la chica.

--¿Cómo te llamas?

--Simoneta.

--Es un placer conocerte—le dijo alegremente. Extendiéndole la mano. Ella lo miró. Un segundo. Dos. Sin parpadear los ojos se encontraban en un profundo análisis. Pero al final ella, forzó una sonrisa un gesto que parecía haberse oxidado como si su cara fuera de metal.

--Gracias, disculpa por lo de hace un momento.

--No hay problema…

Ella le sonrió. Y Tommy supo que tenía una nueva amiga.

La esperanza de que un primer día de clase sea perfecto volvía a tomar fuerza en los pensamientos de Tommy. Las imágenes de chicos más grandes con asqueroso aliento, con dietes amarillos, y cabellos largos le gritaran, criticándole, y él llorando como un pobre bebé, se le borraba de su mente. La poca luz le daba un voto de fe y Simoneta le daba esperanza, pequeñas, pero al fin esperanza de que Caracas fuera un lugar interesante.

Con un poco de valentía comenzó a hablar con Simoneta, quien le dijo con recelo aún en su mirada, que estudiaba primer año. Pero con más confianza aún, puso sus rodillas en el asiento para mirar atrás, quizás encontrase un nuevo amigo.

Pero entonces cuarenta y ocho pares de ojos le miraron con terror. Cinco de esos pares con anteojos, otros a punto de llorar. Quizás tenía ocho años pero él sabía cuando la embarraba, y ahora lo había hecho. Porqué, no lo entendió.

Y entonces el sonido fuerte y destripador de autobús se produjo. De inmediato pensó en lo peor, un choque, ¿cabría la posibilidad de que se chocase?

Pero sus pensamientos dibujaron un arco justo con si mirada. Un hombre—el chofer el que le pudo ver por primera vez su cara—Se paró enfrente de los ojos desorbitados, obviamente se había perdido de algo.

--Es que no sabes leer. ¡Ah!—gritó el conductor. Y con una mano señaló una cartelera reluciente. — ¡NO estar de pie en la unidad! ¿Es demasiado difícil con eso?

El silencio se hizo en las dos hileras de sillones. Y sintió como su acompañante le rogaba que se callase con la mirada.

--No lo leí…

El chofer que vestía de azul. Se tomó la boina con la solapa negra, arqueando sus cejas.

--¿Ah no?

--No señor.

--Pues, esto no es tú habitación hay normas que seguir muchachito.

--Lo siento, si hubiese…

--Ya ¡Cállate!—le gritó y la pupilas se extendieron fuertemente y le miraron. Estrangulándolo.

El chofer volvió a su puesto y encendió rápidamente la maquina. Tocó el claxon y se movió como un ganado sobre las calles.

¡OH por dios!

Leyó todas las indicaciones: No gritar, NO SUBIRSE A LOS ASIENTOS, no molestar, no pelear, No caminar etc... No respirar….

Sacó una revista y comenzó a leer.

Conforme su minutero avanzaba más y más personas se bajaban del autobús y le miraban como si fuero un bicho raro, un bicho que debe ser aplastado. Maloliente y gordo.

--Espero que te valla bien. —le dijo un chico cuya cara comenzaba con la azotadora amanzana del acné. ¡Hay viene, hay lo tienes, como un volcán¡

Y el chico bajó del autobús. Espero que te valla bien, esas palabras le asustaron eran casi una amenaza.

Sólo quedaban tres o cuatros personas de la misma primaria pero regadas de una en una asientos muy distantes.

El autobús comenzó a tomar más velocidad.

--¿Falta poco?—le preguntó a su compañera, la que estaba anonada con sus auriculares observó sus ojos , pues sus manos estaban estacionadas en ellos, como si quisiera esconderse, como… Pero allí estaba una mirada muerta le vio.

Observó con un frío que luego invadió su cuerpo, la cara era un cráneo… los ojos era dos cuencas sin fondo. Una mirada en dónde el universo te veía. Dónde las cuencas de los ojos eran ranuras del espacio observándote al infinito.

La mirada se nubló. Y entonces comenzó a gritar.

(Rompió la regla numero 1).

El autobús comenzó a garrar más velocidad, y haciéndole tambalear en el asiento de inmediato se puso de pie horrorizado, impresionado (ese cráneo le mira, ese cráneo le habló). Con intoxicación, y la adrenalina a millón se puso de pie.

(Rompió la regla 4)

Y corrió hacia atrás.

--Es un esqueleto. ¡Está muerta, oh por dios está MUERTA!...

Rápido caminó hacia los demás, se zumbó encima una muchacha.

--Mírala está mueca—le gritaba pero su oyente tenía una mirada fija y vacía como si fuera un caparazón sin alma. Este le tocó la cabeza, y aterrorizado miró como la sangre brotaba a cántaros de su cabeza.

--¡Oh la he matado!

Miró a los demás eran una estúpida imitación de momias, no estúpida un absoluta imitación. Su miraba estaba vacía, y sus cuerpos secos, de la boca y nariz le brotaban gusano. Corría por los pasillos tratando se huir de la cantidad de bichos que brotaban e inundaba el piso: cucarachas, gusanos, sapos, escorpiones. Todos ellos salían como diarrea y vómito de cada cuerpo inundando un pozo de porquería. Corrió hacia el conductor ¡Oh por dios!.

El autobús era lo que pareció al principio al subir en él: una porquería en ruedas, con paredes cuyas pinturas se caía, y cuyos asientos olían a mierda.

El olor activó sus sentidos, y embriagó su nariz y lengua. No aguantó mucho más la nauseas.

(Y que te valla bien).

Depositó en el piso el desayuno mezclado con jugo de naranja y unos cuantos dulces. De inmediato el fuego cubrió las paredes. El llamar del fuego cubrió todo a su paso hasta convertirlo en una antorcha entonces puso la mano sobre hombro del conductor cuya cabeza miraba al volante, nada más.

Cada una de las imágenes de revistas, de libros, de noticias, de artículos de Internet hizo un espiral en su mente pues nada de lo que había visto era como lo que vio y los gritos que soltó le acompañaron hasta el infierno.

Su cuerpo era un esqueleto cuyas articulaciones estaban pegadas por serpientes la cabeza era un carabela con restos de carnes a un crudo, y todo el esqueleto estaba carbonizado, su olor era como las cloacas, su boca mostró sus dientes triangulares negrusco y verdes. Observó el Púb. Que cubría parte de su mano y ésta le tocó lentamente el brazo.

El orine brotó y ahogó a la hermana de su minúsculo miembro, al igual que el calor abrumó todo su cuerpo. Las manos era secas y pegajosas, restos de carnes se quedaron en su piel observando los gusanos blancos salían de cada pedazo y se movía por su piel. La carabela volteó lentamente hacia Tommy.

Y antes de verla frente a frente Tommy miró como el autobús envuelto en llamas se dirigía a la pared de una casa, su casa… la que no era su hogar.

Entonces la carabela le miró. Y de sus cuencas cientos de insectos brotaron dejando las cuencas desiertas.

--Espero que te valla bien. —le susurró la carabela con una voz pegajosa y pastosa. Y su aliento que traía consigo polvo que al entrar en las fosas nasales le recordaron a la flores del cementerio.

Y fueron las últimas que escuchó.

Espero que te valla bien.

El dolor era insoportable, claro. La mano le ardía un montón. Tenía el brazo derecho como si le hubiesen hecho una quemada de segundo grado. ¡Oh por dios!

Inquieto se quedó en centro de las miradas. Que le estudiaban.

Entonces supo porqué.

Cuarenta pares de ojos, y cuarenta boca en forma de “A”, se reían viendo como el orine se disipaba en asiento del chico. ¡Maldición!.

Espero que te valla bien.

Caracas 9 de Septiembre

10:29 p.m

1 comentario:

Diana Sauval dijo...

Hola. Al fin encuentro a alguien maso menos de mi misma edad que le guste escribir cuentos, digamos... no de finales muy felices...
me gustó la idea de cómo Tommy confundía la realidad y la ficción.
Aunque debo admitir que casi todas las descripciones que hacías en la parte del autobus me daban un poco de impresión.
Y la critica que me hiciste, si, puede ser XD, es que soy más de generar un ambiente dramático que una serie de acciones
Y otra cosa... cuando dijiste ese comentario en seguida empezaste a decir que no era ninguna critica ni nada. Sé que hay mucha gente que no soporta que le critiquen.
Cuando se trata de cuentos a mi me van bien cualquier crítica, así que no hace falta que te guardes nada, yo las voy a tomar con gusto ;)


besos