¿ A qué hora estoy muriendo?

jueves, 2 de septiembre de 2010

Junio

Depresiones de Junio

Postmortem

1

El espejo y el niño

Jasiel con unos cinco años ya sabía diferencia entre lo que debe hacerse entre lo que no debe hacerse; no obstante hay cosas que no enseñan los padres, madres, ni siquiera los abuelos, y que por cuestiones de la casualidad las enseñan otras personas llamadas “extraños”. Un extraño para un chico de cinco años es todo adulto el cual sus padres no lo haya mostrado a el mismo, tal y como un regalo o una especie de premio que amerite este tipo de demostraciones.

Quien le enseñó, era menos importante, qué lo que se le fue enseñado.

Jasiel andaba correteando por toda la casa de sus padres, y por ende la suya misma, con un DS, creía que si corría mientras jugaba el programa de carreras, sería más rápido el carro. En su casa había una especie de celebración aunque el pudo notar que lo que se celebra era un opuesto a lo que el llamaría fiesta, y a sus cinco años sabía de fiesta, había ido a todas las fiestas de sus primos, familia y amigos.

Pero esta celebración era diferente, era como comparar los legos con los transformes, eran piezas pero no eran la misma comic, ni el mismo trama, ni el mismo contorno. En su casa no había risas, no había rehuido, no había canciones alegres, no había globos, no había tortas, no había gelatinas, lo más cercano a una bebida era café caliente.

Había sillas donde solo las señoras mayores aplastaban su cuerpo con todo el peso de su cuerpo, lágrimas acompañaban sus ojos. No había un payaso animando la fiesta, lo que sí había era una mujer, la que le enseñaría a Jasiel, sentada en el centro de la multitud con un rosario rezando o cantando palabras: las mordisqueaba como si decirlas fuera de vida o muerte, como si la dijese lentamente podría irse su alma con ellas.

La mujer estaba vestida con telas negras, su cara era pálida y sus ojos apagados eran de café claro. Cantaba y cantaba veloz mente. Jasiel solo pudo entender una cosa pero que dijo al final mirando a la gran mesa adornada con flores que apestaban.

Ella dijo:

“Que Brille para él la luz perpetua”

Naturalmente en esta fiesta él no era muy tomado en cuenta. Las personas estaban más centradas en el llanto, rezando, cantando, recordando lo bueno y malo, de aquel, el cual había muerto. Pero para Jasiel aquello es un poco más allá de su comprensión.

Para él, era simplemente, no verlo más.

Estaba en un instante, entonces luego no está.

Y poco a poco fue entendiendo que esa fiesta era para celebrar, que el hombre sobre la mesa ya no estaba.

Quizás para la gente aquella era más fuerte por que tenían a todo el mundo recordándole el pesar, el por el contrario no tenia a nadie de su edad, con el cual hablar por ello era solo un observante de todo la fiesta. Era como una especie de globo negro que nadie quisiera tomar para jugar o tal si quiera para explotarlo. Lo malo era que no flotaba.

Aburrido. Inició su paseo por su bien conocida casa, y fue entonces que aprendió de una desconocida, por que aquella mujer era una desconocida. Ella cantaba. Ella caminaba alrededor de la mesa, pero nadie se la había presentado.

Y según su papá, era una desconocida. Y por ende para él, también.

La casa de sus padres, su casa, poseía muchísimos cuadros forrando completamente las paredes, también tenia a su vez muchos espejos, solamente en la sala poseían dos, uno al lado de la puerta, y otro que ocupaba un cuarto de la pared.

Curiosamente todos los vidrios y espejos de la casa estaban tapados con telas blancas.

De tal manera de que nada pudiese reflejarse allí.

Lo que sucedió, ocurrió allí, en la sala.

Fue ese tipo de cosas, que luego que suceden pesarás ¿Y si no hubiese pasado?, ¿Qué hubiese pasado con mi vida si aquello no hubiese aparecido?, ¿Y existe un futuro paralelo donde aquello no pase?, naturalmente todo eso no lo pensó el chico. El solo vio como el borde inferior del espejo se levantó cinco centímetros por encima de la esquina del marco del mismo, duró dos segundos así, luego bajó.

Pensó que el aire había hecho aquello, pero las ventanas estaban cerradas, y se quedó viendo aquello, intentó darse la vuelta y largarse de allí, pero entonces cuando ya se alejaba volteó nuevamente. Curiosidad. Pero entonces pasó de nuevo, pero esta vez fue diferente. Ocurrió como si un dedo delgado hubiese tirado desde el interior del espejo hacia el borde exterior.

El chico se quedó observando la tela ahora inmóvil, esperando que ella se moviera por si sola. Fue como aquellos momentos de trance, en donde cualquier persona caminando en la oscuridad por consecuencia de una falla eléctrica—algo tan común ahora—o por ser muy tarde—o muy temprano—en la noche, y sintiese que en cualquier cruce, escalón, o pared, algo se elevaría lentamente y tocaría su talón.

No obstante. Nada pasó.

Entonces el chico resignado, se dio la vuelta, y miró la mujer que volvía a rezar con mayor apego y voluntad, se volteó y miró de nuevo el movimiento del espejo. Hizo lo menos esperado, ninguna persona pensante haría algo parecido, pero después de todo un chico de cinco años, la prudencia era una tanta leja de su conocimiento.

Abrió la tela.

Y el espejo se quedó descubierto. El chico abrió la boca pero no pudo pronunciar ninguna vocal o consonante, ni si quiera algún rumor.

Observó al hombre muerto detrás de la tela. El estaba parado al lado de urna, mirando con desosego a todas las personas que lloraban en la fiesta, entonces algo, frío, perverso, sin ninguna naturaleza entendible para el niño, hizo que el hombre muerto volteara.

Y el se vio en el espejo, y desde ese momento se tapó la cara.

El chico sintió tristeza desde ese mismo instante.

Volteó al espejo y el hombre muerto lo miraba fijamente, pero desde el espejo, sin ser reflejo de nada, el era el reflejo. El chico sintió la necesidad de liberar la vejiga, pero en lugar de eso tapó el espejo rápidamente.

Se quedó mirando la gran cortina blanca esperando, de nuevo, que esta se elevase que un fantasma saliera de ella y cubriera la habitación corriendo a todas las personas de la fiesta que ya se había convertido demasiado aburrida para soportarla.

Nada.

-- Nunca, en ningún momento, bajo ninguna circunstancia, vuelvas a abrir un espejo en un velorio, o en una fiesta de esta chico. Capaz no te lo han dicho, pero los espejos son artículos peligrosos.

La mujer que rezaba se paró a su lado pero era como si hablase con otra persona como si quisiera pedir disculpas por lo que había ocurrido. El chico solo callaba.

-- Escúchame bien. Nunca lo vuelvas a hacer. La razón por la que se tapa los vidrios en estas fiestas, es por que los fantasmas son muy sensibles a los reflejos, normalmente no deben verse, por que aún no son conciente de su condición.

El chico la miró.

--¿Su Condición?

-- Por su puesto.

La mujer lo volvió a mirar, y su estatura, con eso comprendió que hablaba con un casi bebé. Qué tonta, se dijo.

-- Qué ya no está con nosotros—finalizó. —No de la misma manera. —terminó y dejó al chico. El se quedó allí por un rato más.

Ella sin embargo se alejó preocupada por el desarrollo de los hechos por que ahora no estaba completamente segura de qué había pasado con el hombre muerto. Y no podía abrir esos espejos. Era imposible.

Esperar. Todo es cuestión de tiempo.

… y la muerte es un lugar de espera con mucho tiempo. ¿O no?

2

Inexistencia y el hombre

El hombre que se puso de pie no recordaba muchas cosas sobre sí mismo, de hecho no estaba seguro de decir que recordaba alguna en particular. Lo que si recordaba es que estaba allí en ese sitio, en esa fría escalera, desde hace menos de una hora. Lo demás, relacionado de donde vino y al porque de su presencia se salía de la perspectiva que se comenzaba a armar en su cabeza sobre lo que quería o no quería saber.

Muy por dentro, como desde el estómago, le brotaba la añoranza de saber cómo se llamaba, sin embargo, otra cuestión que salía más abajo del estómago, quizás del páncreas le susurraba que no necesitaba saber de dónde y porqué estaba él allí.

Las escaleras estaban solas y según calculó por la oscuridad y la brillante luna sería más de las ocho de la noche eso quizás explicaba por que todo estaba ligeramente apagado, y solitario. Entonces el hombre llegó a la conclusión de qué estaba pasando los efectos—quizás iniciándolos—de locura, pérdida de la memoria, o alguna otra aberración psicológica que seguramente había sufrido.

Se quedó preso en una tranquilidad, poco natural al ver la oscuridad que se extendía al final de la escalera, sabiendo que no debería descender entró a una casa cuya puerta estaba abierta. Al principio todo estaba muy oscuro, y sus recuerdos se mantuvieron como gárgolas de piedras en un viejo castillo. No supo por qué pero decidió autonombrarse como Alexander, ya qué como todo ser humano necesitaba llevar un nombre, y si alguien le miraba, o le preguntaba, debía ser educado y comentarle quién era.

No le prestó mucha atención a la casa pues esta estaba desabitada, lo único que escuchaba al pasar lentamente de habitación a habitación, de oscuridad a oscuridad el gruñir, el sonido, o el murmullo de cosas, que él no podía ver. Pero qué si podía sentir, fue una sola vez al llegar al baño cunado escuchó unas cuantas lágrimas de una mujer o de una niña. ¿Quién sabe? Ignoró todo aquello y subió nuevamente a las escaleras que lo llevó a un nivel superior de la abandonada y oscura casa.

En el segundo nivel solo encontró habitaciones, bibliotecas, máquinas de afeitar, y cosas de personas qué alguna vez vivieron, se preguntó intensamente por que alguien abandonaría de ese modo una casa tan amplia, lúgubre, pero amplia. Y luego de pensarlo un par de minutos no le importó mucho aquellos motivos.

Llegó a un cuarto, el más amplio de todos, y se sentó en la cama, pensando que tal vez era un irrespeto pero pronto no le importó tampoco mucho eso, tenía un agotamiento y a la vez una hiperactividad algo agraviada. Se a costó sobre la cama y se quedó mirando al techo tratando de que el silencio rompiera los muros de su memoria y le permitiese hallar las respuestas a sus grandes interrogantes.

¿Quién soy?

¿Dónde estoy?

¿Por qué estoy aquí?

Se preguntaba esas cosas y se puso de pie de nuevo se dirigió a una peinadora, muy limpia, y se miró al espejo, la misma persona, el mismo rostro algo ya mayor con promesas de arrugas, y con unas mechas blancas.

Estoy envejeciendo. Se dijo.

Luego se quedó en silencio por que escuchó un grito. En realidad no fue un grito. Fue el maullido ahogado, lejano, y como olas en la mañana sin ninguna brisa; pero a pesar de eso aún presente.

Alexander se asustó un poco, por que la casa estaba desabitada. Entonces se alejó de la peinadora como acto reflejo, capaz el espejo gritaba al ver lo viejo que su rostro estaba últimamente. También consideró en la posibilidad de fantasmas. Pero su memoria no le brindó ninguna información sobre ese tema tampoco, solo un ligero frío con la formulación mental de la palabra fantasmal.

Pero nada más.

Entonces se sentó en la cama y poco a poco su memoria, conciencia, subconciencia o alma, como quisieran llamarlo le trajo poco a poco tristeza, recordó que se sentía al estar triste, y todo en esa casa se lo recordaba: las cortinas oscuras, la poca luz, la ausencia de vida, los callados pasillos, las paredes que susurraban cosas, y todo lo que estaba a través de ella.

Se asomó por las ventanas que eran viejas y de vidrios, protegidas por dos pechos de paloma de color azul, miró al exterior de la calle y todo estaba en silencio. Todo estaba oscuro, no había nadie.

Se dejó comer por el conjunto de casas que rodeaban la que él estaba ocupando, vivía o estaba sobre una casa alrededor de un barrio.¿Dónde?, No tenía ni la más remota idea, de hecho la palabra “barrio” le vino desde un susurro, no fue una concepción extremadamente real, ni imaginaria. Fue más una unión.

Una forma de nombrar.

No hay brisa, no hay luces.

Y la noche amenaza con ser larga y eterna, tal como si el sol hubiese sido atrapado por una lluvia de meteoritos, o algún planeta se hubiese interpuesto entre la tierra y él, y ahora el planeta se hubiese quedado en aquella penumbra.

Por un instante se sintió muy alegre, al cabo de unas horas de mirar por la ventana, por que ocurrió a varios sujetos como él, aunque estos no le tomaron mucho en cuenta pues estaba sobre la calle, o sobre algún otro lado, sus caras eran pálidas y parecían caminar hacia algún lejano lugar o huir de algo.

Alexander no sabía de qué.

Pero reflexionó sobre aquello, y de nuevo más información fue viniendo a su cabeza. Veía que ellos huían, y se preguntaba a que, ¿a demonios?, ¿A dioses?, o ¿A otros seres humanos?

Descendió y llegó a la calle dejando la puerta atrás abierta.

En el exterior la calle estaba desierta. La silueta de lo que había visto y que lo había llevado a salir había desparecido, pasado de una silueta a ser menos que el recuerdo de una ilusión: pasó a ser nada.

Alexander, qué aún dudaba si se pudiese llamar así mismo Alexander, se quedó embaulado en la imagen que lo rodeaba. Cinco carros estaban estacionados de manera desigual sin ningún tipo de armonía, o intento de orden. Nada se movía y el sonido de la nada era más intenso que la eclipsada atmosfera.

Alexander había olvidado el significado de la normalidad, la verdad dentro la mentira o de manera simple que era visualmente lógico. Por eso los elementos que los rodeaba si bien despertaban ciertos sentimientos y penurias en su alma, no equivalían algún tipo de importancia o valoración. De miedo o de frustración. El miedo, ¿miedo?, o demás sensaciones que se acumulaban de dedo a dedo, de neurona a nervios, eran solo una sensación sin nombre alguno.

Se quedó petrificado un instante, sin causa aparente, al ver la basura y hojas tiradas sobre la calle, y ellas no se movían. La hoja de un periódico sensacionalista estaba a medio arrugar con una prolongación de la misma con dirección al cielo y esta no se movía, ni pareciera tener algún tipo de intención a intentarlo, ni tenía porqué, todo eso era normal, o no lo era, porque para Alexander las cosas no eran, pues no andaba, si es que andaba, observando y analizado su alrededor. Solo estaba y eso era todo.

Soledad si bien Alexander había olvidado muchas cosas, o técnicamente no había olvidado nada, cómo algo podría olvidar lo que su mente nunca vivió, cómo olvidar un camino jamás transitado, cómo olvidar una cara jamás pintada, cómo perderse en un bosque jamás plantado. Cómo extrañar lo que nunca existió. Cómo vivir en lo que nunca vivió. Estar solo es precisamente lo contrario.

Es saber todo lo que se ha tenido, todo lo que se ha besado, todo lo que se ha amado, todo lo que se ha extrañado, todo lo que se ha transitado, todo lo que hubo existido, todo lo vivido, todo lo pintado. La soledad no es una condición de un punto negro, e individual en espacio vacío, porque precisamente dicho punto cómo podría buscar algo que su limitada existencia no se ha planteado y saboreado.

Soledad existe solo si hay compañía. El sufrimiento de la soledad nada tiene que ver o estar en relación con la autoconcepción apartada del mundo, eso es solo un efecto de la soledad, y así lo fuese entonces la soledad sería algo, a su modo, divertido. Por otra parte, no se sufriría. Porque un alma que ha caminado en las llamas del infierno jamás extrañará el frío del ártico.

El peor terror de la soledad es la memoria: el conocimiento de que todo lo vivido ha quedado en el pasado, ha sido apartado, fue apartado, privatizado, olvidado. Bien podría decirlo los viejos al ver el alaba, y extrañarla, pues sabrían que mucho dolería no verla nunca.

Pero Alexander no sabía nada de eso.

En su existencia, o en su humilde forma de existencia, no había penas y sufrimientos, no había penurias ni alegría, no había calor ni frío, no había muerte ni vida, porque su alma nada de eso había saboreado.

Su cabeza era hueca como el vacío mañanero del estomago.

Como el universo sin estrella.

Como el universo sin estela.

Y grisáceo alrededor más lo ahondaba en su tosca e insípida situación, solo existía un único problema como Alexander, y es paso tras paso notaba esa ausencia de todo. El vacío. Fuese lo que fuese Alexander era un humano, y el humano es un animal, solo que tiene la capacidad de concebir su existencia.

La nula cinética de los carros que estaban puestos sin ninguno orden, más que el ordenado desorden, de los papeles ubicados sin intento de dar armonía alguna, más que la armonía de la desarmonía, las paredes de las casas: que han perdido la vida, que han perdido el color. Se posicionaban de manera mecánica de tal manera que rompía con cualquier intento de movimiento. Alexander que rozabas sus pies sobre la calle, sin alterar el desorden armónico que reinaba, percató algo muy importante.

Lo que sea que le rodeaba. No estaba… y no estaba porque en su limitada estancia no acumulaba los suficientes recursos para sentir algo, para decir que es lo correcto, o lo incorrecto. Ni sentir. Porque las sensaciones en los humanos son las simples impresiones de la realidad en relación con la imagen ideal en cabeza.

Pero Alexander no tenía cabeza.

Alexander por fin dejó de caminar luego de muchos pasos (por que el tiempo no significaba algo para él ni para el espacio en donde estaba) solo notó como llegaba al mismo sitio luego de caminar en línea recta: sobre el agua, sobre el bosque, sobre la arena, sobre los hielos, sobres las dunas, sobres las rocas.

Y todo era igual. Igual de insignificante para él.

Entró de nuevo a la casa, que luego de todo lo que había recorrido estaba con la misma aura de siempre, con el mismo estado, con el mismo sentido.

Entonces miró la mesa que no había notado en la sala de la casa, pues era parte de ella, no un elemento dentro de ella, sino ella misma. Y allí las sábanas descoloridas, viejas, y desteñida cubrían otro elemento de la casa.

Tiró de la sabana…

3

Después de muerto

La memoria del ser humano tiene ciertas particularidades un tanto contradictoria, desde un humilde punto de vista, pero que son necesarias mencionar: ciertos psicólogos, psicopedagogos, demagogos, y por su puestos los Profesores, establecen que el ejercicio de la misma es equivalente a que esta se fortalezca tal como lo haría un brazo luego de muchas flexiones o levantamiento de pesas. Correcto… Sin embargo, otro grupito de la misma categoría de expertos sobre la mente y el aprendizaje humano dicen lo contrario, que la apresurada utilidad de ella da como origen la pérdida de la misma, o el desgate.

Ambas cosas no tienen importancia para Jasiel quien hubo perdido parte de una capacidad de memoria del futuro, o había ganado habilidad de guardar más información, según sea el caso… En ambos casos la importancia también es inexistente, pues no la necesitaría.

El reloj digital se detuvo a las 5 am.

Jasiel dormía profundamente en su alcoba mientras que varias cosas pasaban, el reloj se detuvo, se partió y callo dejando rodar las baterías a diestra y siniestra. Los ojos del chico se abrieron como dos gruesas pelotas de tenis enfocando todas las direcciones de la habitación buscando el origen del ruido. Pero nada.

A dos paredes de distancia, el papa de Jasiel arropó el pie de la mujer sabiendo que esta odiaba tener el pie a descubierto ya que algún muerto podría rozarle la pierna y despertarla de un susto mientras el horrorizado fantasma se manifestara en ella…

Esas cosas concurridas, bajas, y leves volvían a la cabeza de Jasiel con la particularidad de decirle, todo gracias a la memoria, de que no habría nada en este mundo que lo pudiese atañer, por que sus padres estaban cerca y lo cuidarían.

Esperó un rato con la esperanza de que el tiempo fuese un factor reflector o aclarador, pero la posibilidad de que no fuera de ese modo era amplia, claro que su pequeña cabeza no consideraba posibilidades ni afirmaciones, y muchas menos negaciones, estaba simplemente guiado de la mano de sus instintos.

Fue entonces cuando todo comenzó.

Jasiel miró la puerta que se abrió de par en par. Entonces creyó ver a un hombre de pie en frente de el. Estaba inmutado y sin movimiento, pero allí. Inquieto como si formara parte del marco de la puerta, como si ese marco fuera el borde de algún óleo viejo mal hecho. Pero que definitivamente el sujeto estaba allí.

Pero no se movía. No podía decirse que lo miraba o no, porque aquello no tenia ojos o boca, o nariz, de hecho no tenia nada, solo era la silueta del borde de un hombre oscurecido por la negra sombra de un cuerpo, un cuerpo que estaba y no estaba presente.

Jasiel no durmió más.

A la mañana siguiente sucedieron varias cosas, la primera mucho más simple que la segunda, y que tenía cierta relación entre ella, pero no significaba que una negaría la otra.

Marla era una mujer de cuarenta años, ya lo suficientemente mayor como para preocuparse de su belleza, pero aun no caía en cuenta de que esta era el tipo de cosas que podía no dejar de olvidar, ella pensaba que ser mujer no tenia que ser específicamente eser bella. O tratar de serlo. Son dos cosas muy distintas, a su parecer. Su esposo, según su opinión, era la antítesis de ella. Nunca se había cuestionado sobre el gusto innato de él, de lucir bien, y aunque aún pisaba los cuarenta y tantos, no perdía esa devoción.

Dedujo que quizás ella se cansó más rápido que el. Y una parte de su mente sana y confiada de veinte años de matrimonio, le susurraba que quería sorprenderla aún después de tanto tiempo, de qué así es el amor. Sin embargo, una parte de ella que la atormentaba en siestas o en noches luego de algún estimulante como recuerdos del pasado, o el ligero sentimiento de inferioridad, le decía que era para impactar al mundo más que impactarla a ella misma. Siempre llegaba a la misma conclusión sobre el asunto, por tal motivo decidió dejarlo de un lado, preocuparse por cosas más actuales e importantes, como la política, la economía, o por ejemplo levantar a su querido hijo temprano.

Hay que formarlos con buenos hábitos, se decía constantemente.

Fue entonces que luego de sentir el ruido de la regadera de su esposo, y los cinco pasos de diferencia entre la misma con el lavabo, ascendió con la intención de entrar al cuarto de su pequeño. Aquello era algo habitual en ella, tratar de brindarle a su bebé lo mejor del mundo para qué fuer aun hombrecito de bien, con una buena esposa, o al menos que decida ser sacerdote, pero se reía de ese pensamiento, era casi imposible con el mundo que vivía.

Aunque Jasiel era un chico especial, y eso abarcando poco de alcance de lo que para ella definía el concepto de “su chico”. Aceptaba la idea que dicha concepción estaba obviamente infectada por el sentimentalismo, aquel que se le adjudica a todo niño por parte de su madre. Pero desde muy bebé notó que su hijo era especial.

Aprendió a caminar a los nueves meses. Eso era un recuerdo tan vívido como la sonrisa de Jasiel, que ni siquiera la ausencia que se había manifestado en la familia la había derrumbado. Pero eso también era lógico: era un niño.

Su niño.

…. Estaba viéndola.

Estaba sentado sobre la cama en posición de indio, tras de él estaba correctamente arreglada las sábanas sobre las almohadas. Entonces se quedó de pie mirando el rostro angelical de su hijo, un rostro que se formó en su útero, se desarrolló y se reía cuando hacía alguna cosa bonita por alguien de la familia, y ahora estaba allí. Simplemente viéndola.

Fue uno de los momentos en el que se ve a todo lo que circunda, se observa un florero, un vaso, un bate o algo, y por un instante se cree, se está absolutamente seguro que le daría con la cosa en la cabeza a quien se tuviese en frente. Nunca había tenido ese impulso por su hijo, muchas veces por su esposo, e infinidades por el mundo en general; incluso por algunas de sus sobrinas gritonas e insoportables. Pero todo aquello se quedaba en sus pensamientos. No huía a la realidad.

Tragó saliva.

-- Hola mami.

Los ojos se le dilataron. Curiosamente sintió de nuevo las ganas inmensas de tomar un bate y golpearlo con fuerza hasta que… se mordió los labios para callar sus pensamientos, o para por lo menos distraer su mente en un dolor corporal. Nunca se perdonaría lo que su mente estaba figurándose.

Por un instante también pensó que cerraría los ojos y el chico se iría o desaparecería. De hecho los cerró casi como si parpadeara, pero descubrió entonces que sus ojos no podían eliminar…a su hijo. Sin mucha importancia salió de la habitación. Ocasionalmente le daba un beso y lo bajaba casi a empujones de la cama, luego ella se encargaba hacerla, porque el aún estaba chiquito y no tenia por qué hacerlo por si mismo.

Bajó dejando atrás a su hijo, no queriéndolo ver de nuevo, pensando que si quizás lo secuestraban o algo sería algo magnifico, algo ocasionalmente bueno. Pero nunca dejaría que estos pensamientos tan devastadores salieran de su cabeza. Por que no había una razón, al menos clara y directa, para sentir esa repulsión. Y era extraño por que cuando miró directamente los ojos almendras de su hijo, su felicidad se destruyo por completo como si fuera un globo mal inflado y eso la hizo sentir mal triste, pero el recuerdo de lo que había visto hasta rompía la vergüenza.

Salió casi corriendo de su casa, al pasar por la puerta principal sintió que estaba siendo mirada se detuvo y volteó la cara, aun sabiendo que había allí, y lo que la miraba era el espejo.

Podía jurar que una sombra estaba allí, temerosa se alejó de su casa. No llegaría si no al final de la mañana.

Armando se rasuraba lentamente como solía hacerlo cada mañana, con un poco de agua caliente para abrir los poros, y con abundante crema. En realidad no había mucho que afeitar, nunca su cara fue menuda de vello y a esta edad eran pocos los notorios y que valían la pena disminuir o eliminar. Pero la impecabilidad era un arma muy importante, siempre lo fue para el logro de sus metas. No fue el factor principal, naturalmente pero si que le colaboró a todo.

En fin, sacó la rasuradota se la colocó sobre las mejillas y emprendió a eliminar el poco del vello. Todo hombre sabe que es algo necesario, y fastidioso, pero siempre la sensación de estar más limpio es gratificante. Y más para Armando un hombre perfeccionista y típico pulcro.

Puso la rasuradota empujó y… se cortó.

-- Maldición. —dijo con un poquito de fuerza. Y pasó a lavarse la herida con un poco de agua tibia, le ardió muchísimo, con la cara enjabonada y al mejor estilo de Santa Clauss miró la herida en el espejo y pegando otro brinco se echó para atrás.

Vio a en el espejo un hombre de pie, que no era el, era más bien una sombra deformada, y grande, a lo lejos. Y él no estaba. Su reflejo no estaba.

Entonces lanzó todas las cosas al piso, vio que el piso estaba hecho una porquería, y las ansias por tener todo limpio le invadieron. La sangre, el agua en el piso, el susto, todo aquello le hizo sudar y golpeo el vidrio hasta hacerlo añico. Se sentía tan asqueado que se sentó en la bañera a bañarse de nuevo y dejando que el agua lo purificara.

Luego de un rato se calmó.

A varios metros el niño corría. Las imágenes se convertían frente de él como espejismos como las burbujas no extintas de las bañeras, esas imágenes lo perseguían querían atraparlo.

Mamá y papá, la única forma que sus labios en estos instantes se formulaban en sus labios pequeños y llenos de saliva; corrían tras él.

Corrió por toda la casa prácticamente, comenzó desde su habitación al entrar papá cuyos pómulos sangraban, y se fue tras él, quizás a tomarlo a besarlo, o abrazarlo pero sus ojos brillaban en ira y desorden. Algo que quiso evitar, entonces corrió.

Mientras iba por el pasillo, y papá de pie tras él, sintió una leve alegría, como las de hace unas cuantas noches atrás cuando mamá le besaba antes de dormir, pero ella, no era aquella mujer que le besaba era ahora otra. Una diferente.

-- ¿Quieres tetero, lindo?

Su voz sonó pastosa.

Entonces Jasiel se lanzó a las escaleras, prácticamente rodó, chocó contra la pared, volteó y se quedó casi inmóvil cuando observó que sus padres estaban en el borde superior de las escaleras expectantes. Como si estuviera viendo en él.

Sus ojos eran ahora verdes.

La sala estaba quieta, como si nada estuviera pasando, las voces de sus padres se escuchaban como un susurró como si algo se encontrara en una tubería sucia y olvidada, y luego de mucho tiempo hubiese decido volver de aquel viejo estadía.

Y decir “estoy aquí” no me he olvidado de ti.

Sus padres se lanzaron sobre él.

Jasiel corrió y se posó frente al espejo.

Allí estaba de nuevo, en el espejo, estaba de nuevo, y por primera vez, el hombre.

Su reflejo, triste olvidado, y expectante.

Esperando a que el hiciese algo.

Y Jasiel tomó su tetero, y lo lanzó al vidrio. En menos de cinco segundos el mismo tocó la superficie fría y sin vida, esta se onduló, y se cristalizó en mil pedacitos. Lo que ocurrió luego fue el estrépito de varios rayos muy pequeños para despertar al mundo, pero si para poner sobre aviso a los lugareños.

El camino por una ciudad olvidad, sin identidad, sin luz y sin aire. No tiene algún significado para un hombre que desconoce los conceptos de dichas palabras, y que ignora su propio concepto, solo caminaba, no porque estuviera consciente de que lo hacía, no había un porqué. No tenía que haberlo.

Lo único a lo que fue sometido, por que no se dio cuenta que ocurrió, simplemente era una pelota azotada por el ambiente, el no era nada, y lo que lo rodeaba tampoco lo era.

Estaba en ese mundo. El mundo. ¿Cuál mundo?

Pero eso último de lo que fue víctima fue un tanto extraño, por primera vez se volteó vio la casa, y entendió que era suya, miró al cielo, este se quebrantó, cayo en mil pedazos, y su cuerpo fue jalado.

Sintió lo que era volar.

Sin saber en que instante después estaba sobre el piso de algún sitió. Miró un niño muerto de miedo, comprendió entonces, que había vuelto a la vida.

FIN

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