¿ A qué hora estoy muriendo?

lunes, 9 de noviembre de 2009

Marzo

MARZO

Por siempre mía

“Desierto tocado por el sol

Corre, huye con pavor

Porque Marzo Viene por ti

Marzo, tiempo de horror

Niños que por bocas

Piedras vomitan

Marzo que irradia por el sol

Una mirada, una sonrisa

Pero Marzo a todos aterroriza.

Los muertos brincan, y en mi cara aterrizan

Veo fantasma, veo ruinas

Son las balas, son los explosivos

¡Oh Marzo hazlos Añicos!”

Marzo.

1 día y 13 horas antes.

--¡Alto!

Gritó un sujeto a otro. En un extraño idioma. El segundo hombre, que a pesar del grito siguió corriendo, dio la vuelta a la derecha de lo que parecía una ciudad muerta.

Parecía que la luna lo seguía (y no solamente el hombre con el idioma extraño y Ak64 en mano) porque la sombra del sujeto en trote se desprendía de él como si quisiese huir. ¿De él o de su agresor?

-- ¡Alto!

De nuevo gritó el primero al segundo. Pero el segundo ni si quiera disminuyó la marcha. Es más, parecía que el fuese la marcha. Uno perseguía al otro. Los guijarros se volvían polvillo en tanto eran pisados por el hombre con el arma en la mano. A los pocos segundos de la persecución, notó que era tonto seguir persiguiéndolo, y gritarle lo que sea que le gritaba por obvias razones: no hablaban el mismo idioma, y el hombre del frente no pararía.

-- ¡Alto!

Su voz se perdió con una brisa que de ningún lado apareció y a ningún lado fue a parar de ese árido sitio. Era el tipo de que no se sienten pero llegan. Claro que llegan. Entonces el sujeto seguido dejó de correr, y el cazador dejó de seguir.

Ambos se quedaron sin moverse.

Uno vio a otro. Y el otro a al primero. La cara del uno fue una mueca, la del otro no fue nada en lo absoluto. La luz iluminaba el rostro de uno, mientras que la ausencia de luz oscurecía la del otro.

-- Es cierto.

Sentenció uno.

Y uno vio la cara de los muertos.

1

Sofía sabía que Muammar Gadafi no abandonaría su cargo. Era un hecho tal aseveración. Libia lo sabía. El pueblo sabía, y los miembros de la OTAN lo conocían tan bien como el mismísimo señor presidente Americano. Claro que Sofía no lo sabía por el hecho de formar parte de la OTAN, ni si quiera de la CIA o de alguna organización americana. Era, en realidad, una corresponsal de Guerra para cierta cadena noticiera, que por su puesto que no era CNN ni mucho menos la BBC.

No, para nada.

Aunque ser una corresponsal no le brindaba alguna información especial. Algún conocimiento secreto con el cual podría tontear con los llamados no-corresponsales, entiéndase, cualquier otra clase de periodista. Pero esa clase de privilegio entre docto, era interesante en un sentido morboso. Lo que le recordaba a cierta frase de que “entre los grupos, siempre hay grupos” otra afirmación que tampoco tenía gran importancia, ni gran secretismo.

Cosas básicas. Eso eran.

--¡ Alto!.

Sofía Imbert dejó de teclear en su Mac. Con las últimas palabras de su “Alto” no podía pretender entregar un escrito como ese a la empresa que trabajaba. La mandarían de regreso a Venezuela. Y no podía permitírselo. Lo bueno de ser corresponsal era sus viajes gratis—era lo que solía decirse para justificar que su vida estaba en constante peligro de muerte—Su otra voz, aquella miedosa que todos tienen, le respondía que ningún viaje ni ningún viático merecían tal peligro. Pero aún así siempre ganaba el sujeto con cuernos en que en cualquier dibujo animado podría representar con el usual diablo. Sí, claro que lo justifica.

Pero tampoco podía seguir en su empleo—y por consecuencia poner en peligro su vida casi a diario, si seguía pensando tantas tonterías. Tenía que decir ¡Alto!

Observó la Mac teniendo en su mano derecha una taza de y con la izquierda sobándose las sienes como solía hacer cuando algo iba mal. Y mira que la tecniquita estaba siendo cada vez más usada. Por otra parte, su estomago estaba a punto de explotar luego de engullir un plato grande de Shakshougq, lo cual, en su joven mente, le hacía sentir perezosa y en definitiva no la iba a hacer transitar el camino de la virtud para terminar el escrito para la empresa --que no era CNN ni la BBC—en la cual trabajaba.

Así que apagó la Mac—patrocinada por su trabajo—casi nada era de ella. Y decidió que quería hacer unas llamadas, después de todo hablar con las personas solían romper huecos en la garganta y dejar salir las palabras, en su caso quería dejar emerger las palabras. No era la misma regla, pero para algo debía servir.

La voz susurrante de una mujer le contestó.

-- ¡Sofía!.

Parecía que cada vez que llamaba Nabila era como si espera que le respondiese “No, yo no soy Sofía. Soy su secuestrador”. Pero al cabo de unos segundos, Sofía le respondió con regularidad.

-- Si claro. Recibí tu inbox por Facebook esta mañana.

-- ¡Que bueno! Ya esperaba que hubieses cerrado tu Profile.

¿Por qué? ¿Por qué debo cerrar mi inbox? Nabila está muy extraña para mi gusto.

Sin embargo…

-- ¿Mi profile?. Hay algo de lo que me pierdo.

Sofía recordaba los acontecimientos en curso casi como si fuera una lectura rápida en un diario. Todo estaba en orden. Se había levantado. Había preparado unos huevos. Y un pan. Luego había prendido la PC, se metió en su cuenta falsa de Facebook y leyó el inbox de la mujer que le estaba desesperando por teléfono. No decía gran cosa. De hecho decía prácticamente cuatro palabras.

“Llámame en tanto puedas.

Te tengo una bomba”

Nabila A.

Un murmullo. Y rescató su mente de los recuerdos. Además, Nabila parecía intranquila.

-- No puedo hablarte por acá. Pero creo que conseguí una buena. ¡ Y de las grandes!

Una noticia. Ya era hora. Pensaba que la empresa no CNN ni BBC estaba algo cansada de publicar sus reportajes sobre los ataques de la OTAN, la semana pasada habían informado su nuevo ataque, y una extensión por noventa días más. Del resto, sus informaciones era aburridas. Gadafi con vida, y su hijo también. Al menos eso decía los rumores. Y ella ni si quiera sabía si ella continuaba con vida. ¿Cómo iba a saber si el Jefe (Muamar) estaba aún con vida?. Era una simple corresponsal de guerra no una especialista de contrainteligencia. Siempre creía que la vida en medio de la guerra sería más o menos divertida, pero no. De hecho ya no lo pensaba. Ni eso ni en la mitad de cosas en la que solía pensar. ¿ y en qué si?. Bueno, en comer. Eso básicamente. Y… ah si. Y en una nueva noticia.

-- ¡Una noticia! ¡ Qué maravilloso! Tengo que reportar eso. La Agencia está cansada de los mismos cuatro titulares.

-- Lo sé, cariño.

Acordaron verse en casa de Nabila.

Se quedó viendo al teléfono como una marioneta por un rato, como si quisiera que este le revelase el secreto de la “nueva información”. Nabila, su compañera en el departamento de redacción estaba encargada de ayudarla a incorporarse al trabajo. Hecho que ya llevaba tres años y ya Sofía podía escuchar la amenaza de un contrato de por vida. En todo caso, se habían convertido en amigas cercanas.

Fue por el mes de Marzo en que llegó a Libia. En Venezuela no tenía nada, excepto quizás su nacionalidad. Y ahora en Libia estaba su futuro como periodista, tenía la esperanza que luego de unos años, algún famoso periodista de la famosa Agencia periodística muriese, y allí estaba ella para ser elegida. Si eso pensaba Sofía Imbert. Después de todo, estaba… sola.

Cuando salió de su humilde apartamento—que tampoco era de ella. Era de la empresa. La empresa lo había conseguido y ella lo pagaba. Así que nena, nada de “mi” apartamento, el apartamento de la empresa. Así había escuchado a una de sus jefas, y su jefa era una de sus preferidas candidatas para que muriese por un terrible terremoto acaecido junto en el medio de su corazón.

La ciudad Trípoli estaba totalmente desierta. Cosa que era casi difícil. Por la cantidad de personas que vivía allí.

Pero todo había cambiado luego de la guerra.

Mientras caminaba por el ahuecado pavimento revivía su primera experiencia de guerra. Había leído mucho sobre la segunda guerra mundial. Al parecer los escritores el tema del nazismo era el predilecto, en tanto no se tuviese sobre qué cosa escribir. Pero lo que había leído en los libros no era comparable—como todo en la vida—con lo que experimentaba.

Ocurrió en la mañana después de las nueves. Estaba paseándose por algunos callejones de la ciudad en busca de sentirse acogida por ella. Cuestión totalmente absurda porque las ciudades no acogen personas. Son las personas las que se sienten identificadas con determinadas ciudad, más aún, con ciertos lugares de la ciudad. Su pretensión era inútil. Y luego el estallido como el de un globo de hule. Sólo que uno grande y muy hinchado.

El suelo se levantó como si la tierra debajo de la baldosa estuviese muy caliente y ellas hubiesen decidido alejarse de ella. Su cuerpo no siguió el ejemplo porque lo primero que hizo fue lanzarse al suelo. Escuchó los gritos de la multitud. Y algo que en cualquier idioma y en cualquier dialecto es igual: el ruido del pánico. Era como si las ondas sonoras provenientes de los llantos, gritos, y silencio se hubiesen mezclado al llegar a los oídos de Sofía, de hecho ocurrió de tal modo.

Un edificio a dos cuadras, quizás a medio kilómetro, estaba totalmente destruido. Caminando hacia al lugar de la explosión se encontró con la cabeza de un libio, ante eso se llevó sus manos a la boca para ahogar un grito. Todo el cuello estaba degollado. La sangre tan roja se corría entre la separación de las baldosas. Era…

Volvió a la realidad al pasar por un par de calles y al acercarse a la farmacia principal recordó como la gente gritaba de desesperación. Se acordó que desde entonces prácticamente todos sus titulares habían sido sobre eso, guerra, destrucción, muertos, y los interminables intentos de la OTAN por quedarse con el gobierno libio. Resulta que la gente a pesar de todo apoyaba a su gobernador.

En una conversación con una mujer dos meses después al primer ataque se dio cuenta de eso.

-- ¿Por qué no han acabado con él?—le preguntó a una vieja mujer. Nabila para aquel entonces ya era parte de su reducido grupo de “personas a quien acudir en caso de desastre”, y fue ella quien le había invitado a visitar esa mujer cuyo hijo era un general del ejército Central de Libia.

-- Porque no hemos querido. Usted señorita, naturalmente no lo entiende porque no es originaria de este país. Pero preferimos morir con un dictador que volver a la esclavitud de los extranjeros. Libia es libre.

Y tenía razón aquella mujer. En sus reportajes muchas veces intentó enviar esas entrevista a la empresa, pero no las publicaba les devolvían las cartas diciendo que no estaba allí para socializar ni mostrar las expectativas del pueblo. Ella solo necesitaba contar a la comunidad internacional que ocurría.

¡¿Quieren saber qué ocurre?! Pues tomate bien del manubrio que ahí voy. QUIEREN PETROLEO.

Pera el tipo de verdades que las personas no podían andar contando por los periódicos. Sin embargo, ¡la noticia! Si lograba reportar la nueva capaz su mesada de pocas pulgas se le terminase. El acenso. La huída. Y largarse de Libia, dejando atrás a

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