¿ A qué hora estoy muriendo?

jueves, 2 de septiembre de 2010

Junio

Depresiones de Junio

Postmortem

1

El espejo y el niño

Jasiel con unos cinco años ya sabía diferencia entre lo que debe hacerse entre lo que no debe hacerse; no obstante hay cosas que no enseñan los padres, madres, ni siquiera los abuelos, y que por cuestiones de la casualidad las enseñan otras personas llamadas “extraños”. Un extraño para un chico de cinco años es todo adulto el cual sus padres no lo haya mostrado a el mismo, tal y como un regalo o una especie de premio que amerite este tipo de demostraciones.

Quien le enseñó, era menos importante, qué lo que se le fue enseñado.

Jasiel andaba correteando por toda la casa de sus padres, y por ende la suya misma, con un DS, creía que si corría mientras jugaba el programa de carreras, sería más rápido el carro. En su casa había una especie de celebración aunque el pudo notar que lo que se celebra era un opuesto a lo que el llamaría fiesta, y a sus cinco años sabía de fiesta, había ido a todas las fiestas de sus primos, familia y amigos.

Pero esta celebración era diferente, era como comparar los legos con los transformes, eran piezas pero no eran la misma comic, ni el mismo trama, ni el mismo contorno. En su casa no había risas, no había rehuido, no había canciones alegres, no había globos, no había tortas, no había gelatinas, lo más cercano a una bebida era café caliente.

Había sillas donde solo las señoras mayores aplastaban su cuerpo con todo el peso de su cuerpo, lágrimas acompañaban sus ojos. No había un payaso animando la fiesta, lo que sí había era una mujer, la que le enseñaría a Jasiel, sentada en el centro de la multitud con un rosario rezando o cantando palabras: las mordisqueaba como si decirlas fuera de vida o muerte, como si la dijese lentamente podría irse su alma con ellas.

La mujer estaba vestida con telas negras, su cara era pálida y sus ojos apagados eran de café claro. Cantaba y cantaba veloz mente. Jasiel solo pudo entender una cosa pero que dijo al final mirando a la gran mesa adornada con flores que apestaban.

Ella dijo:

“Que Brille para él la luz perpetua”

Naturalmente en esta fiesta él no era muy tomado en cuenta. Las personas estaban más centradas en el llanto, rezando, cantando, recordando lo bueno y malo, de aquel, el cual había muerto. Pero para Jasiel aquello es un poco más allá de su comprensión.

Para él, era simplemente, no verlo más.

Estaba en un instante, entonces luego no está.

Y poco a poco fue entendiendo que esa fiesta era para celebrar, que el hombre sobre la mesa ya no estaba.

Quizás para la gente aquella era más fuerte por que tenían a todo el mundo recordándole el pesar, el por el contrario no tenia a nadie de su edad, con el cual hablar por ello era solo un observante de todo la fiesta. Era como una especie de globo negro que nadie quisiera tomar para jugar o tal si quiera para explotarlo. Lo malo era que no flotaba.

Aburrido. Inició su paseo por su bien conocida casa, y fue entonces que aprendió de una desconocida, por que aquella mujer era una desconocida. Ella cantaba. Ella caminaba alrededor de la mesa, pero nadie se la había presentado.

Y según su papá, era una desconocida. Y por ende para él, también.

La casa de sus padres, su casa, poseía muchísimos cuadros forrando completamente las paredes, también tenia a su vez muchos espejos, solamente en la sala poseían dos, uno al lado de la puerta, y otro que ocupaba un cuarto de la pared.

Curiosamente todos los vidrios y espejos de la casa estaban tapados con telas blancas.

De tal manera de que nada pudiese reflejarse allí.

Lo que sucedió, ocurrió allí, en la sala.

Fue ese tipo de cosas, que luego que suceden pesarás ¿Y si no hubiese pasado?, ¿Qué hubiese pasado con mi vida si aquello no hubiese aparecido?, ¿Y existe un futuro paralelo donde aquello no pase?, naturalmente todo eso no lo pensó el chico. El solo vio como el borde inferior del espejo se levantó cinco centímetros por encima de la esquina del marco del mismo, duró dos segundos así, luego bajó.

Pensó que el aire había hecho aquello, pero las ventanas estaban cerradas, y se quedó viendo aquello, intentó darse la vuelta y largarse de allí, pero entonces cuando ya se alejaba volteó nuevamente. Curiosidad. Pero entonces pasó de nuevo, pero esta vez fue diferente. Ocurrió como si un dedo delgado hubiese tirado desde el interior del espejo hacia el borde exterior.

El chico se quedó observando la tela ahora inmóvil, esperando que ella se moviera por si sola. Fue como aquellos momentos de trance, en donde cualquier persona caminando en la oscuridad por consecuencia de una falla eléctrica—algo tan común ahora—o por ser muy tarde—o muy temprano—en la noche, y sintiese que en cualquier cruce, escalón, o pared, algo se elevaría lentamente y tocaría su talón.

No obstante. Nada pasó.

Entonces el chico resignado, se dio la vuelta, y miró la mujer que volvía a rezar con mayor apego y voluntad, se volteó y miró de nuevo el movimiento del espejo. Hizo lo menos esperado, ninguna persona pensante haría algo parecido, pero después de todo un chico de cinco años, la prudencia era una tanta leja de su conocimiento.

Abrió la tela.

Y el espejo se quedó descubierto. El chico abrió la boca pero no pudo pronunciar ninguna vocal o consonante, ni si quiera algún rumor.

Observó al hombre muerto detrás de la tela. El estaba parado al lado de urna, mirando con desosego a todas las personas que lloraban en la fiesta, entonces algo, frío, perverso, sin ninguna naturaleza entendible para el niño, hizo que el hombre muerto volteara.

Y el se vio en el espejo, y desde ese momento se tapó la cara.

El chico sintió tristeza desde ese mismo instante.

Volteó al espejo y el hombre muerto lo miraba fijamente, pero desde el espejo, sin ser reflejo de nada, el era el reflejo. El chico sintió la necesidad de liberar la vejiga, pero en lugar de eso tapó el espejo rápidamente.

Se quedó mirando la gran cortina blanca esperando, de nuevo, que esta se elevase que un fantasma saliera de ella y cubriera la habitación corriendo a todas las personas de la fiesta que ya se había convertido demasiado aburrida para soportarla.

Nada.

-- Nunca, en ningún momento, bajo ninguna circunstancia, vuelvas a abrir un espejo en un velorio, o en una fiesta de esta chico. Capaz no te lo han dicho, pero los espejos son artículos peligrosos.

La mujer que rezaba se paró a su lado pero era como si hablase con otra persona como si quisiera pedir disculpas por lo que había ocurrido. El chico solo callaba.

-- Escúchame bien. Nunca lo vuelvas a hacer. La razón por la que se tapa los vidrios en estas fiestas, es por que los fantasmas son muy sensibles a los reflejos, normalmente no deben verse, por que aún no son conciente de su condición.

El chico la miró.

--¿Su Condición?

-- Por su puesto.

La mujer lo volvió a mirar, y su estatura, con eso comprendió que hablaba con un casi bebé. Qué tonta, se dijo.

-- Qué ya no está con nosotros—finalizó. —No de la misma manera. —terminó y dejó al chico. El se quedó allí por un rato más.

Ella sin embargo se alejó preocupada por el desarrollo de los hechos por que ahora no estaba completamente segura de qué había pasado con el hombre muerto. Y no podía abrir esos espejos. Era imposible.

Esperar. Todo es cuestión de tiempo.

… y la muerte es un lugar de espera con mucho tiempo. ¿O no?

2

Inexistencia y el hombre

El hombre que se puso de pie no recordaba muchas cosas sobre sí mismo, de hecho no estaba seguro de decir que recordaba alguna en particular. Lo que si recordaba es que estaba allí en ese sitio, en esa fría escalera, desde hace menos de una hora. Lo demás, relacionado de donde vino y al porque de su presencia se salía de la perspectiva que se comenzaba a armar en su cabeza sobre lo que quería o no quería saber.

Muy por dentro, como desde el estómago, le brotaba la añoranza de saber cómo se llamaba, sin embargo, otra cuestión que salía más abajo del estómago, quizás del páncreas le susurraba que no necesitaba saber de dónde y porqué estaba él allí.

Las escaleras estaban solas y según calculó por la oscuridad y la brillante luna sería más de las ocho de la noche eso quizás explicaba por que todo estaba ligeramente apagado, y solitario. Entonces el hombre llegó a la conclusión de qué estaba pasando los efectos—quizás iniciándolos—de locura, pérdida de la memoria, o alguna otra aberración psicológica que seguramente había sufrido.

Se quedó preso en una tranquilidad, poco natural al ver la oscuridad que se extendía al final de la escalera, sabiendo que no debería descender entró a una casa cuya puerta estaba abierta. Al principio todo estaba muy oscuro, y sus recuerdos se mantuvieron como gárgolas de piedras en un viejo castillo. No supo por qué pero decidió autonombrarse como Alexander, ya qué como todo ser humano necesitaba llevar un nombre, y si alguien le miraba, o le preguntaba, debía ser educado y comentarle quién era.

No le prestó mucha atención a la casa pues esta estaba desabitada, lo único que escuchaba al pasar lentamente de habitación a habitación, de oscuridad a oscuridad el gruñir, el sonido, o el murmullo de cosas, que él no podía ver. Pero qué si podía sentir, fue una sola vez al llegar al baño cunado escuchó unas cuantas lágrimas de una mujer o de una niña. ¿Quién sabe? Ignoró todo aquello y subió nuevamente a las escaleras que lo llevó a un nivel superior de la abandonada y oscura casa.

En el segundo nivel solo encontró habitaciones, bibliotecas, máquinas de afeitar, y cosas de personas qué alguna vez vivieron, se preguntó intensamente por que alguien abandonaría de ese modo una casa tan amplia, lúgubre, pero amplia. Y luego de pensarlo un par de minutos no le importó mucho aquellos motivos.

Llegó a un cuarto, el más amplio de todos, y se sentó en la cama, pensando que tal vez era un irrespeto pero pronto no le importó tampoco mucho eso, tenía un agotamiento y a la vez una hiperactividad algo agraviada. Se a costó sobre la cama y se quedó mirando al techo tratando de que el silencio rompiera los muros de su memoria y le permitiese hallar las respuestas a sus grandes interrogantes.

¿Quién soy?

¿Dónde estoy?

¿Por qué estoy aquí?

Se preguntaba esas cosas y se puso de pie de nuevo se dirigió a una peinadora, muy limpia, y se miró al espejo, la misma persona, el mismo rostro algo ya mayor con promesas de arrugas, y con unas mechas blancas.

Estoy envejeciendo. Se dijo.

Luego se quedó en silencio por que escuchó un grito. En realidad no fue un grito. Fue el maullido ahogado, lejano, y como olas en la mañana sin ninguna brisa; pero a pesar de eso aún presente.

Alexander se asustó un poco, por que la casa estaba desabitada. Entonces se alejó de la peinadora como acto reflejo, capaz el espejo gritaba al ver lo viejo que su rostro estaba últimamente. También consideró en la posibilidad de fantasmas. Pero su memoria no le brindó ninguna información sobre ese tema tampoco, solo un ligero frío con la formulación mental de la palabra fantasmal.

Pero nada más.

Entonces se sentó en la cama y poco a poco su memoria, conciencia, subconciencia o alma, como quisieran llamarlo le trajo poco a poco tristeza, recordó que se sentía al estar triste, y todo en esa casa se lo recordaba: las cortinas oscuras, la poca luz, la ausencia de vida, los callados pasillos, las paredes que susurraban cosas, y todo lo que estaba a través de ella.

Se asomó por las ventanas que eran viejas y de vidrios, protegidas por dos pechos de paloma de color azul, miró al exterior de la calle y todo estaba en silencio. Todo estaba oscuro, no había nadie.

Se dejó comer por el conjunto de casas que rodeaban la que él estaba ocupando, vivía o estaba sobre una casa alrededor de un barrio.¿Dónde?, No tenía ni la más remota idea, de hecho la palabra “barrio” le vino desde un susurro, no fue una concepción extremadamente real, ni imaginaria. Fue más una unión.

Una forma de nombrar.

No hay brisa, no hay luces.

Y la noche amenaza con ser larga y eterna, tal como si el sol hubiese sido atrapado por una lluvia de meteoritos, o algún planeta se hubiese interpuesto entre la tierra y él, y ahora el planeta se hubiese quedado en aquella penumbra.

Por un instante se sintió muy alegre, al cabo de unas horas de mirar por la ventana, por que ocurrió a varios sujetos como él, aunque estos no le tomaron mucho en cuenta pues estaba sobre la calle, o sobre algún otro lado, sus caras eran pálidas y parecían caminar hacia algún lejano lugar o huir de algo.

Alexander no sabía de qué.

Pero reflexionó sobre aquello, y de nuevo más información fue viniendo a su cabeza. Veía que ellos huían, y se preguntaba a que, ¿a demonios?, ¿A dioses?, o ¿A otros seres humanos?

Descendió y llegó a la calle dejando la puerta atrás abierta.

En el exterior la calle estaba desierta. La silueta de lo que había visto y que lo había llevado a salir había desparecido, pasado de una silueta a ser menos que el recuerdo de una ilusión: pasó a ser nada.

Alexander, qué aún dudaba si se pudiese llamar así mismo Alexander, se quedó embaulado en la imagen que lo rodeaba. Cinco carros estaban estacionados de manera desigual sin ningún tipo de armonía, o intento de orden. Nada se movía y el sonido de la nada era más intenso que la eclipsada atmosfera.

Alexander había olvidado el significado de la normalidad, la verdad dentro la mentira o de manera simple que era visualmente lógico. Por eso los elementos que los rodeaba si bien despertaban ciertos sentimientos y penurias en su alma, no equivalían algún tipo de importancia o valoración. De miedo o de frustración. El miedo, ¿miedo?, o demás sensaciones que se acumulaban de dedo a dedo, de neurona a nervios, eran solo una sensación sin nombre alguno.

Se quedó petrificado un instante, sin causa aparente, al ver la basura y hojas tiradas sobre la calle, y ellas no se movían. La hoja de un periódico sensacionalista estaba a medio arrugar con una prolongación de la misma con dirección al cielo y esta no se movía, ni pareciera tener algún tipo de intención a intentarlo, ni tenía porqué, todo eso era normal, o no lo era, porque para Alexander las cosas no eran, pues no andaba, si es que andaba, observando y analizado su alrededor. Solo estaba y eso era todo.

Soledad si bien Alexander había olvidado muchas cosas, o técnicamente no había olvidado nada, cómo algo podría olvidar lo que su mente nunca vivió, cómo olvidar un camino jamás transitado, cómo olvidar una cara jamás pintada, cómo perderse en un bosque jamás plantado. Cómo extrañar lo que nunca existió. Cómo vivir en lo que nunca vivió. Estar solo es precisamente lo contrario.

Es saber todo lo que se ha tenido, todo lo que se ha besado, todo lo que se ha amado, todo lo que se ha extrañado, todo lo que se ha transitado, todo lo que hubo existido, todo lo vivido, todo lo pintado. La soledad no es una condición de un punto negro, e individual en espacio vacío, porque precisamente dicho punto cómo podría buscar algo que su limitada existencia no se ha planteado y saboreado.

Soledad existe solo si hay compañía. El sufrimiento de la soledad nada tiene que ver o estar en relación con la autoconcepción apartada del mundo, eso es solo un efecto de la soledad, y así lo fuese entonces la soledad sería algo, a su modo, divertido. Por otra parte, no se sufriría. Porque un alma que ha caminado en las llamas del infierno jamás extrañará el frío del ártico.

El peor terror de la soledad es la memoria: el conocimiento de que todo lo vivido ha quedado en el pasado, ha sido apartado, fue apartado, privatizado, olvidado. Bien podría decirlo los viejos al ver el alaba, y extrañarla, pues sabrían que mucho dolería no verla nunca.

Pero Alexander no sabía nada de eso.

En su existencia, o en su humilde forma de existencia, no había penas y sufrimientos, no había penurias ni alegría, no había calor ni frío, no había muerte ni vida, porque su alma nada de eso había saboreado.

Su cabeza era hueca como el vacío mañanero del estomago.

Como el universo sin estrella.

Como el universo sin estela.

Y grisáceo alrededor más lo ahondaba en su tosca e insípida situación, solo existía un único problema como Alexander, y es paso tras paso notaba esa ausencia de todo. El vacío. Fuese lo que fuese Alexander era un humano, y el humano es un animal, solo que tiene la capacidad de concebir su existencia.

La nula cinética de los carros que estaban puestos sin ninguno orden, más que el ordenado desorden, de los papeles ubicados sin intento de dar armonía alguna, más que la armonía de la desarmonía, las paredes de las casas: que han perdido la vida, que han perdido el color. Se posicionaban de manera mecánica de tal manera que rompía con cualquier intento de movimiento. Alexander que rozabas sus pies sobre la calle, sin alterar el desorden armónico que reinaba, percató algo muy importante.

Lo que sea que le rodeaba. No estaba… y no estaba porque en su limitada estancia no acumulaba los suficientes recursos para sentir algo, para decir que es lo correcto, o lo incorrecto. Ni sentir. Porque las sensaciones en los humanos son las simples impresiones de la realidad en relación con la imagen ideal en cabeza.

Pero Alexander no tenía cabeza.

Alexander por fin dejó de caminar luego de muchos pasos (por que el tiempo no significaba algo para él ni para el espacio en donde estaba) solo notó como llegaba al mismo sitio luego de caminar en línea recta: sobre el agua, sobre el bosque, sobre la arena, sobre los hielos, sobres las dunas, sobres las rocas.

Y todo era igual. Igual de insignificante para él.

Entró de nuevo a la casa, que luego de todo lo que había recorrido estaba con la misma aura de siempre, con el mismo estado, con el mismo sentido.

Entonces miró la mesa que no había notado en la sala de la casa, pues era parte de ella, no un elemento dentro de ella, sino ella misma. Y allí las sábanas descoloridas, viejas, y desteñida cubrían otro elemento de la casa.

Tiró de la sabana…

3

Después de muerto

La memoria del ser humano tiene ciertas particularidades un tanto contradictoria, desde un humilde punto de vista, pero que son necesarias mencionar: ciertos psicólogos, psicopedagogos, demagogos, y por su puestos los Profesores, establecen que el ejercicio de la misma es equivalente a que esta se fortalezca tal como lo haría un brazo luego de muchas flexiones o levantamiento de pesas. Correcto… Sin embargo, otro grupito de la misma categoría de expertos sobre la mente y el aprendizaje humano dicen lo contrario, que la apresurada utilidad de ella da como origen la pérdida de la misma, o el desgate.

Ambas cosas no tienen importancia para Jasiel quien hubo perdido parte de una capacidad de memoria del futuro, o había ganado habilidad de guardar más información, según sea el caso… En ambos casos la importancia también es inexistente, pues no la necesitaría.

El reloj digital se detuvo a las 5 am.

Jasiel dormía profundamente en su alcoba mientras que varias cosas pasaban, el reloj se detuvo, se partió y callo dejando rodar las baterías a diestra y siniestra. Los ojos del chico se abrieron como dos gruesas pelotas de tenis enfocando todas las direcciones de la habitación buscando el origen del ruido. Pero nada.

A dos paredes de distancia, el papa de Jasiel arropó el pie de la mujer sabiendo que esta odiaba tener el pie a descubierto ya que algún muerto podría rozarle la pierna y despertarla de un susto mientras el horrorizado fantasma se manifestara en ella…

Esas cosas concurridas, bajas, y leves volvían a la cabeza de Jasiel con la particularidad de decirle, todo gracias a la memoria, de que no habría nada en este mundo que lo pudiese atañer, por que sus padres estaban cerca y lo cuidarían.

Esperó un rato con la esperanza de que el tiempo fuese un factor reflector o aclarador, pero la posibilidad de que no fuera de ese modo era amplia, claro que su pequeña cabeza no consideraba posibilidades ni afirmaciones, y muchas menos negaciones, estaba simplemente guiado de la mano de sus instintos.

Fue entonces cuando todo comenzó.

Jasiel miró la puerta que se abrió de par en par. Entonces creyó ver a un hombre de pie en frente de el. Estaba inmutado y sin movimiento, pero allí. Inquieto como si formara parte del marco de la puerta, como si ese marco fuera el borde de algún óleo viejo mal hecho. Pero que definitivamente el sujeto estaba allí.

Pero no se movía. No podía decirse que lo miraba o no, porque aquello no tenia ojos o boca, o nariz, de hecho no tenia nada, solo era la silueta del borde de un hombre oscurecido por la negra sombra de un cuerpo, un cuerpo que estaba y no estaba presente.

Jasiel no durmió más.

A la mañana siguiente sucedieron varias cosas, la primera mucho más simple que la segunda, y que tenía cierta relación entre ella, pero no significaba que una negaría la otra.

Marla era una mujer de cuarenta años, ya lo suficientemente mayor como para preocuparse de su belleza, pero aun no caía en cuenta de que esta era el tipo de cosas que podía no dejar de olvidar, ella pensaba que ser mujer no tenia que ser específicamente eser bella. O tratar de serlo. Son dos cosas muy distintas, a su parecer. Su esposo, según su opinión, era la antítesis de ella. Nunca se había cuestionado sobre el gusto innato de él, de lucir bien, y aunque aún pisaba los cuarenta y tantos, no perdía esa devoción.

Dedujo que quizás ella se cansó más rápido que el. Y una parte de su mente sana y confiada de veinte años de matrimonio, le susurraba que quería sorprenderla aún después de tanto tiempo, de qué así es el amor. Sin embargo, una parte de ella que la atormentaba en siestas o en noches luego de algún estimulante como recuerdos del pasado, o el ligero sentimiento de inferioridad, le decía que era para impactar al mundo más que impactarla a ella misma. Siempre llegaba a la misma conclusión sobre el asunto, por tal motivo decidió dejarlo de un lado, preocuparse por cosas más actuales e importantes, como la política, la economía, o por ejemplo levantar a su querido hijo temprano.

Hay que formarlos con buenos hábitos, se decía constantemente.

Fue entonces que luego de sentir el ruido de la regadera de su esposo, y los cinco pasos de diferencia entre la misma con el lavabo, ascendió con la intención de entrar al cuarto de su pequeño. Aquello era algo habitual en ella, tratar de brindarle a su bebé lo mejor del mundo para qué fuer aun hombrecito de bien, con una buena esposa, o al menos que decida ser sacerdote, pero se reía de ese pensamiento, era casi imposible con el mundo que vivía.

Aunque Jasiel era un chico especial, y eso abarcando poco de alcance de lo que para ella definía el concepto de “su chico”. Aceptaba la idea que dicha concepción estaba obviamente infectada por el sentimentalismo, aquel que se le adjudica a todo niño por parte de su madre. Pero desde muy bebé notó que su hijo era especial.

Aprendió a caminar a los nueves meses. Eso era un recuerdo tan vívido como la sonrisa de Jasiel, que ni siquiera la ausencia que se había manifestado en la familia la había derrumbado. Pero eso también era lógico: era un niño.

Su niño.

…. Estaba viéndola.

Estaba sentado sobre la cama en posición de indio, tras de él estaba correctamente arreglada las sábanas sobre las almohadas. Entonces se quedó de pie mirando el rostro angelical de su hijo, un rostro que se formó en su útero, se desarrolló y se reía cuando hacía alguna cosa bonita por alguien de la familia, y ahora estaba allí. Simplemente viéndola.

Fue uno de los momentos en el que se ve a todo lo que circunda, se observa un florero, un vaso, un bate o algo, y por un instante se cree, se está absolutamente seguro que le daría con la cosa en la cabeza a quien se tuviese en frente. Nunca había tenido ese impulso por su hijo, muchas veces por su esposo, e infinidades por el mundo en general; incluso por algunas de sus sobrinas gritonas e insoportables. Pero todo aquello se quedaba en sus pensamientos. No huía a la realidad.

Tragó saliva.

-- Hola mami.

Los ojos se le dilataron. Curiosamente sintió de nuevo las ganas inmensas de tomar un bate y golpearlo con fuerza hasta que… se mordió los labios para callar sus pensamientos, o para por lo menos distraer su mente en un dolor corporal. Nunca se perdonaría lo que su mente estaba figurándose.

Por un instante también pensó que cerraría los ojos y el chico se iría o desaparecería. De hecho los cerró casi como si parpadeara, pero descubrió entonces que sus ojos no podían eliminar…a su hijo. Sin mucha importancia salió de la habitación. Ocasionalmente le daba un beso y lo bajaba casi a empujones de la cama, luego ella se encargaba hacerla, porque el aún estaba chiquito y no tenia por qué hacerlo por si mismo.

Bajó dejando atrás a su hijo, no queriéndolo ver de nuevo, pensando que si quizás lo secuestraban o algo sería algo magnifico, algo ocasionalmente bueno. Pero nunca dejaría que estos pensamientos tan devastadores salieran de su cabeza. Por que no había una razón, al menos clara y directa, para sentir esa repulsión. Y era extraño por que cuando miró directamente los ojos almendras de su hijo, su felicidad se destruyo por completo como si fuera un globo mal inflado y eso la hizo sentir mal triste, pero el recuerdo de lo que había visto hasta rompía la vergüenza.

Salió casi corriendo de su casa, al pasar por la puerta principal sintió que estaba siendo mirada se detuvo y volteó la cara, aun sabiendo que había allí, y lo que la miraba era el espejo.

Podía jurar que una sombra estaba allí, temerosa se alejó de su casa. No llegaría si no al final de la mañana.

Armando se rasuraba lentamente como solía hacerlo cada mañana, con un poco de agua caliente para abrir los poros, y con abundante crema. En realidad no había mucho que afeitar, nunca su cara fue menuda de vello y a esta edad eran pocos los notorios y que valían la pena disminuir o eliminar. Pero la impecabilidad era un arma muy importante, siempre lo fue para el logro de sus metas. No fue el factor principal, naturalmente pero si que le colaboró a todo.

En fin, sacó la rasuradota se la colocó sobre las mejillas y emprendió a eliminar el poco del vello. Todo hombre sabe que es algo necesario, y fastidioso, pero siempre la sensación de estar más limpio es gratificante. Y más para Armando un hombre perfeccionista y típico pulcro.

Puso la rasuradota empujó y… se cortó.

-- Maldición. —dijo con un poquito de fuerza. Y pasó a lavarse la herida con un poco de agua tibia, le ardió muchísimo, con la cara enjabonada y al mejor estilo de Santa Clauss miró la herida en el espejo y pegando otro brinco se echó para atrás.

Vio a en el espejo un hombre de pie, que no era el, era más bien una sombra deformada, y grande, a lo lejos. Y él no estaba. Su reflejo no estaba.

Entonces lanzó todas las cosas al piso, vio que el piso estaba hecho una porquería, y las ansias por tener todo limpio le invadieron. La sangre, el agua en el piso, el susto, todo aquello le hizo sudar y golpeo el vidrio hasta hacerlo añico. Se sentía tan asqueado que se sentó en la bañera a bañarse de nuevo y dejando que el agua lo purificara.

Luego de un rato se calmó.

A varios metros el niño corría. Las imágenes se convertían frente de él como espejismos como las burbujas no extintas de las bañeras, esas imágenes lo perseguían querían atraparlo.

Mamá y papá, la única forma que sus labios en estos instantes se formulaban en sus labios pequeños y llenos de saliva; corrían tras él.

Corrió por toda la casa prácticamente, comenzó desde su habitación al entrar papá cuyos pómulos sangraban, y se fue tras él, quizás a tomarlo a besarlo, o abrazarlo pero sus ojos brillaban en ira y desorden. Algo que quiso evitar, entonces corrió.

Mientras iba por el pasillo, y papá de pie tras él, sintió una leve alegría, como las de hace unas cuantas noches atrás cuando mamá le besaba antes de dormir, pero ella, no era aquella mujer que le besaba era ahora otra. Una diferente.

-- ¿Quieres tetero, lindo?

Su voz sonó pastosa.

Entonces Jasiel se lanzó a las escaleras, prácticamente rodó, chocó contra la pared, volteó y se quedó casi inmóvil cuando observó que sus padres estaban en el borde superior de las escaleras expectantes. Como si estuviera viendo en él.

Sus ojos eran ahora verdes.

La sala estaba quieta, como si nada estuviera pasando, las voces de sus padres se escuchaban como un susurró como si algo se encontrara en una tubería sucia y olvidada, y luego de mucho tiempo hubiese decido volver de aquel viejo estadía.

Y decir “estoy aquí” no me he olvidado de ti.

Sus padres se lanzaron sobre él.

Jasiel corrió y se posó frente al espejo.

Allí estaba de nuevo, en el espejo, estaba de nuevo, y por primera vez, el hombre.

Su reflejo, triste olvidado, y expectante.

Esperando a que el hiciese algo.

Y Jasiel tomó su tetero, y lo lanzó al vidrio. En menos de cinco segundos el mismo tocó la superficie fría y sin vida, esta se onduló, y se cristalizó en mil pedacitos. Lo que ocurrió luego fue el estrépito de varios rayos muy pequeños para despertar al mundo, pero si para poner sobre aviso a los lugareños.

El camino por una ciudad olvidad, sin identidad, sin luz y sin aire. No tiene algún significado para un hombre que desconoce los conceptos de dichas palabras, y que ignora su propio concepto, solo caminaba, no porque estuviera consciente de que lo hacía, no había un porqué. No tenía que haberlo.

Lo único a lo que fue sometido, por que no se dio cuenta que ocurrió, simplemente era una pelota azotada por el ambiente, el no era nada, y lo que lo rodeaba tampoco lo era.

Estaba en ese mundo. El mundo. ¿Cuál mundo?

Pero eso último de lo que fue víctima fue un tanto extraño, por primera vez se volteó vio la casa, y entendió que era suya, miró al cielo, este se quebrantó, cayo en mil pedazos, y su cuerpo fue jalado.

Sintió lo que era volar.

Sin saber en que instante después estaba sobre el piso de algún sitió. Miró un niño muerto de miedo, comprendió entonces, que había vuelto a la vida.

FIN

miércoles, 6 de enero de 2010

Mayo


La Dama Oscura

A Oriana Morado

1

Un metro y ochenta centímetros. Setenta y seis kilos de masa muscular, carne y hueso estaba sobre la cama desordenada. Las sábanas cubría el cuerpo de un adolescente de dieciocho años. El desorden que reinaba en la habitación era similar al de cualquier persona acostumbrada a que su linda mami le arreglase todo, le lavase las medias y le blanqueara los mugrientos Boxes.

El reloj marcó a las tres y cincuenta, y la parsimonia y tranquilidad que reinaba en la oscura habitación iluminada solo por el centelleo del reloj eléctrico de la pared, se mantuvo constante. Nada alteró la luz. Nada iluminó más de lo que la habitación merecía ser iluminada. Ni nada, o alguien produjo algún efecto que divagó en la oscuridad.

Por que lo que entró a continuación era la oscuridad misma.

La existencia misma de un ente se posó en el aire entre el espacio de la cama y el techo de la habitación. No hubo contacto físico. Y aunque, el chico abriese los ojos en ese instante no vería nada, por que era de noche, por que era oscuro, por que todo estaba cerrado y tapado por la ausencia de luz, la energía eléctrica no estaba y lo que predominaba como un río desbordado era las sombras. Por eso no había nada que ver. Nada a lo que ocultase. Nada a lo que decir “socorro” por que cuando se es presa de la oscuridad no hay venganza, no hay segunda oportunidad, no hay nada que se pueda hacer. Por que en la noche la gente cambia.

El cielo es negro. Y la luna es visible. Los dientes son blancos y los ojos rojos.

Por que cuando es de noche todo cambia.

Fue entonces que todo fue cuestión de segundo cuando los ojos del joven se abrieron prologando la boca en una gigante O, y sintió como el fuego le inundaba como las venas eran succionadas como si fuesen un pitillo incrustado en un granizado de cualquier jugo. Solo que este no era jugo. Era sangre.

Quiso gritar, y quiso golpear. ¿Pero a qué? Sólo notó como su existencia era desprendida desde su cuello, como sus recuerdos, sus deseos, sus sueños y todo lo que formaba el ser existente. Y no podía ver. Era lo que más le atragantaba, por que moriría, estaba seguro de eso, pero quería conocer por lo menos quien o qué le daba muerte.

Pero lo que sentía no era algo vivo. No era un alguien. Era un algo. Entre el forcejeó, donde perdió de manera inmediata, notó como manos fríos lo cogieron del cuerpo, pero nada podía hacer. Por que las frías manos eran muchísimo más fuerte que él.

-- ¡Por Dios!—dijo el chico.

Dieciocho años. Prometedor adolescente. Con nada más ciento cincuenta y seis meses de vida y ni un segundo más de existencia. Con la última pregunta en su mente ¿Alguien me recordará? Mientras la última gota oxigenada de vida se escapaba por su cuello. Sus ojos se giraron noventa grado y calló en la cama

Con la misma tranquilidad con la que apareció. La existencia en la oscuridad se fue dejando atrás a la victima de la noche.

2

Para Oriana Morgado el valor de su trabajo era importante, de eso no tenia duda. También consideraba que había muchas cosas importantes en el mundo, que otras personas hacían que también tenían importancia, no obstante a lo que ella más le hostigaba era realizar su trabajo de buena manera, y simplemente por vocación, esmero, y por arte. No le interesaba en lo más mínimo el grado lucrativo que podía sacar de lo que hacía, de hecho no era mucho dinero lo que se ganaba. Pero eso no importaba.

No le interesó mucho cuando eligió hace unos años atrás, tres y dos días para ser exacto, en la vida hay que ser exacto nunca hay segundo que no pueda aprovecharse, y decir o recortar días y meses, sería faltarle el respeto a esos pequeños momentos de importancia. No le interesó antes, y menos ahora todo esos factores superfluo que por lo general agobian a la juventud cuando se plantea aquella escalofriante y sádica pregunta ¿qué haré con mi vida? Sinceramente ella aun no lo sabía. De hecho nunca se la planteó como tal.

Ciertamente hay personas que dan esos consejos, pero es como el chiste o el dicho de casa de herrero cuchillo de plata. La gente muy pocas veces aplica lo que aconsejan. Y muy pocas veces aplican lo que aconseja. ¿Ridículo? Para nada. Todo eso se llama ser HUMANO.

En fin, Oriana Morgado descendía con ya el toque europea en su sangre. A penas unos horas que había dejado a Francia, y ya la extrañaba. Su tierra. Sus calles, la cultura, el hecho de poder ser quien realmente eres, todo eso lo dejó allá atrás. Su aquí y ahora es estar enfrente del Aeropuerto de Maiquetía observando la autopista que conduce hacia caracas, la Gran Caracas. La ciudad donde vivió sus primeros diecisiete años de vida. Y ahora luego de tres años había vuelto. No por que hubiese terminado la carrera de Arte en la Escuela de Arte de la Alincé Fiancé sino por que sus padres, querían verla. Ellos le habían dado todo, por ende debió volver, una semana no más—se gritaba cada cinco minutos en su cabeza—Una semana y volvería a París a su escuela. Podría disfrutar una semana más de vacaciones con una amiga que le había invitado pasear por algunos lugares exquisitos de Europa.

Pero el destino se volteó y una llamada por teléfono le hizo volver a Venezuela.

En donde todo es real. En donde se vive el momento.

Donde una mala mirada, un juego de manos, o una mala suma en el caminar de las avenidas puede llevarse la vida.

Y a pesar de tener que dejar Europa luego de tres años. Se sentía un tanto liberada, pero a la vez asustada. Estaba aquí de nuevo. En su país, en su verdadero entorno, con personas que jamás en tres años había deseado hablar, personas que había borrado de Facebook y Messenger. Pues cuando se fue se hizo una promesa, pasar la página.

Y lo hizo.

Pero ahora luego de tres años y dos días estaba en los Boquerones de la Guaira, y luego de media hora dejaba atrás el puente que años antes se había desmoronado, y al cruzar la calle para redirigirse hacia la autopista deslumbró la luz de la Trocha.

El hombre que conducía jamás atrajo su atención. Ni si quiera le observó por mucho tiempo. Solo le dio una fría mirada al darle los ciento cincuenta bolívares por llevarla hasta los apartamentos de su padre en Palo Verde.

-- Gracias—le dijo.

-- Bienvenida, niña. —dijo el hombre. Arrancó el carro descendiendo velozmente por la colina que segundos antes había ascendido para dejarla. Antes de afrontar la cruda realidad de tener que pasar por la misma portería que hubo pasado durante casi dos décadas, se quedó adormecida con las luces de la ciudad. Mantenía la misma apariencia ahogada y al borde de la Anarquía. Parecía un lago, con millones de luciérnagas atrapadas dentro del mismo. Se ahogarían, pensó. Pero no se detuvo a observar aquello; con una brisa cálida entró a su casa.

Hogar dulce hogar, Oriana.

Mientras ascendía en un paso rítmico y con un tanto de lentitud, rebosaba en su mente el pasado. Pasado, Pasado, pasado. Amistades rotas, relaciones rotas, caras rotas, amores rotos, personas rotas, el mundo antes de ella marcharse estaba roto. Era como una flor todavía viva que fue despegada de sus raíces y lanzada al frío y congelado piso y algún mortal le había pisoteado. Rota, rota, rota. No pudo evitar dejar correr algunas lágrimas sobre sus mejillas. Eran frías.

Cuando llegó al piso en donde sus padres vivían reflexionó sobre la naturaleza de las personas. El verdadero mal jamás se piensa con la suficiente anticipación como para evitarse, cuando se piensa y se evita no era un verdadero mal. Ella lo sabía. Y lo había comprobado. Nunca pensó que sería tan duro y rústico para ella volver por los caminos que tantas veces había recorrido. Que tantas veces había corrido, y en donde –a dios gracias la inamovilidad e in animación de las paredes y piso—tanto había llorado sola en silencio.

Llanto tras llanto fue volviendo como burbujas expensa a su memoria. Como una mezcla que no quiere ser bebida y que se queda atorada en la garganta. Entonces antes de tocar el timbre de la casa de su padre—jamás sería de nuevo su casa. —Intentó de respirar, hasta que pulsó lentamente.

No tuvo que esperar muchísimo tiempo.

Sus padres estaban prácticamente esperando a que ella tocase. Y lo demás fue aún más espeluznante, estuvo a punto de salir corriendo dando grito al observar a varias personas. Compañeros de Clase. Sus padres al parecer le habían dado el regalo, ¡no!, la sorpresa de invitar a todos sus excompañeros. Estuvo a borde de un colapso cerebral, al ver a todas esas caras.

-- Oriana. –saludó una vieja amiga.

Y como ese recibió unos seis más. En total había diez personas, contando a su mama y su papá, y su hermano, que ya no era pequeño, pero qué tampoco vivía ya con sus padres. En total eran siete los invitados, meditó sobre aquello por instante y comprendió que los otros no estaba allí por su actitud: la de alejarse. Olvidarlos. Y eliminarlos. Habían muerto, se dijo ella misma, por que había borrado de su memoria, quizás existían en Venezuela, quizás cada uno tenía su propia vida, sus hijos, su profesión, su éxito, o cualquier tipo de monotonía que envolvía la humanidad, pero para ella, para Oriana Morgado todos habían muerto.

Por que la muerte es el olvido de una persona. Y ella los había asesinado a todos. Reflexionó sobre ello mientras recorría a su… a la casa de sus padres. Observó como grabando todo a su alrededor, hasta que por fin se sentó.

Sus padres la envolvieron con un arsenal de preguntas. Revueltas, y que en su suma se obtenía un resultado de cómo le iba en la universidad, qué tal la vida francesa, y que tal, por su puesto, como le iba por allá.

Pero todo aquello tenía un valor nulo para sí misma. Era más de la monotonía que tanto la mataba. Qué tanto la precedía.

¿Era fría? No, no lo era. Solo era una chica, una chica que sentía la soledad como una compañera, como un dama que siempre estaba a su lado, envolviéndola, arropándola, y la sociedad, su alrededor, era solo un enemigo que la atemorizaba. Temía que si les dejaba entrar, destrozaran todo adentro, todo lo que ella había construido.

-- ¿Y cuéntame, por qué me eliminaste?

Por fin pasó, se dijo así misma mientras se llevaba un poco de vino que su papa le había dado en una copa.

Apreciaba a sus padres. Pero habían perdido muchos puntos a su favor con esta sorpresita.

-- No quiero hablar de eso. Y no te eliminé.

-- Si lo hiciste.

Su voz era terca. Y su nombre era Daniela. Viejas compañeras de clase. Viejas mejores amigas. Todo aquello de un pasado que no quería recordar, que no quería que su cerebro se viera intoxicado por los ácidos recuerdo de ese pasado. Su pasado.

-- Suficiente. No quiero hablar de eso—dijo Oriana. Observó a Daniela. Una mujer alta de tez blanca, con una cara que demostraba lo joven que era, una deliciosa fruta clara y alegre.

Mientras caminaba al baño, recordando dar vuelta al pasillo para no finalizar en la habitación de su hermano, sintió que alguien le tomó del brazo.

-- Necesitamos hablar—continuó ella.

Oriana puso los ojos en blanco, y se lamentó de que fuera tan obstinada. Más recuerdo de su pasado nubló su despejada mente. Ella siendo muy amigas. Contándose todo. Compartiendo juntas. Pero ya… no quiso permitir que los recuerdos hicieran estrago en su personalidad. Por que ya era parte de un pasado. Al cual no quería volver.

-- No tengo nada de que hablar. Solo me fui. Y es todo. Comencé una nueva vida, dejé las falsedades de mi pasado… Las mentiras de mi vida. Mis tontos deseos. Y a toda persona o cosa que representara una carga. —pensó buscando más palabra, pero se detuvo justo sobre los ojos ámbar de Daniela—y eso es todo.

Daniela se llevó una mano a la boca.

-- ¿Y nosotras?

-- Lo siento pero no sé a qué te refieres.

Oriana se dio media vuelta y entró al baño.

Recuerdos, recuerdos, recuerdos. El recuerdo siempre está ligado al pasado, y el pasado a los recuerdo. Oriana lo sabía. Y conocía también que ambas palabras estaban relacionadas con los sentimientos, que ambas palabras adecuadamente conjugada podrían significar despertar sentimientos. Y no podía permitirlo.

Había demasiado que había olvidado.

La chica miedosa, amargada y solitaria que había sido.

Todo eso estaba atrás. Y no quería que alguna persona lo hiciera salir a flote. Por que todo eso era un barco sumamente hundido.

Sacó una cámara y tomó una foto al reflejo del espejo del baño. La cámara había retractado a una chica blanca hueso, alta como una modelo—aunque nunca pensó si quiera en considerar un camino como ese—cabello corto que le caí como una cortina detrás de los hombros, era cobrizo y rojizo, que hacía juego con sus labios rojos por naturaleza.

Sus ojos eran grandes. Y su expresión era de locura.

“Flash” se escuchó de nuevo. Y retrató el baño.

Al cabo de un rato tomó varias fotos en la fiesta. No por que quisiera tener el recuerdo de aquella patética reunión, sino como buena estudiante de arte, apreciaba hasta el arte de la fotografía en los momentos más desventurado y secos de la vida. Como ahora, por ejemplo.

3

Daniela corría agitadamente.

Minutos atrás había dado una vuelta en V, mientras descendía por un pedregoso camino hasta que se detuvo en un vacío Kiosco, algo descuidado, envuelto en propagandas de la Pepsi. Unos segundos, y se escondió detrás de el.

Se tranquilizó un instante, pero antes de continuar su recorrido dedicó unos segundos a mirar hacia el trecho que segundo atrás había recorrido en una veloz batalla de pies. Nada. Solo soledad.

La calle se pronunciaba hacia los Edificios en donde Oriana estaría durmiendo, tomándose fotos, o quizás angustiada, o pensando tal vez en la palabra que ella le había lanzado para hacerla sufrir, “lo de nosotras”.

Ahora, allí presa del pánico trataba de calmándose diciéndose a sí mismo que lo que había visto, o creído ver, “Si, Si, Si” creído ver, era solo objeto de su imaginación, de exceso de coca-cola en su cabeza, de azúcar o de cualquier cosa.

Su cara pálida se asomó hacia la calle inhóspita.

Nada.

Luego de pensarlo un tanto, se aseguró que la sombra que la perseguía desde la salida del edificio no era más que su propia sombra o de alguna otra cosa, se decía que la presencia que había escuchado detrás de su oreja era otra cosa, y la sensación de ser tocada era solo imaginación. Solo cruel, y estúpida imaginación.

Entonces siguió caminando, bajó por la callé, y al doblar a la derecha, se quedó petrificada y de pie ante lo que observó.

Entonces comenzó a correr.

Es imposible, se dijo así misma, sin embargo sus palabras eran como gotas que caen en los espejos en donde la imagen es la realidad, y las gotas una realidad aparente que no toca nada intrínseco del mundo.

Sentía como el frío de la brisa se iba atropellando sobre sus mejillas transformándola en grandes bolitas heladas pero nada ocurría, lo mismo. Se detuvo a mitad de la calle, sintiendo como la sangre se le acumulaba en todo el cuerpo, podía sentir el movimiento de la misma como bolitas con espinas.

Volteó de nuevo, y quitó la mirada.

Quería borrarla.

Quería eliminarla.

Sin saber que nada más podía hacer, inició una carrera sin límites hacia la calle del fondo, pero el resultado fue el mismo, una y otra vez.

Luego de varios minutos sentía como si estuviera corriendo en la rueda de la fortuna pero la fortuna se había ido dejando solo a una despreciable situación de la cual ahora era ella una presa. Un juguete.

Entonces se detuvo al observar que corría, se cansaba, sudaba, pero el alrededor no cambiaba. Estaba presa. No podía salir.

Esto no puede ser, ¡No puede ser!.

La noche era hermosa, la luna brillaba con una intensidad armoniosa, y las calles se cubrían por una espesa bruma y neblina. Y en aquella perfección de innato ambiente, se escuchó, un único, trágico, cortante, fuerte, corto, cacofónico, y directo: ¡No!

4

Oriana lloraba acostada en su cama. Miraba al techo y ahogaba sus gritos de tal manera que no se escuchara a su alrededor. Pero lo que había en su pecho era una crisis, una tormenta que amenazaba con explotar, destruir y llevarse todo su alredor, y ella no quería permitir aquello.

Por que esa eran cosas del pasado. Oriana del presente, no se deprimía, Oriana del presente, no huía, Oriana del presente, vivía. Ante todo. Vivía.

Y estar allí acostada observando el techo, luego de haberse despertado llorando, es una recaída, una vuelta atrás cuando ya todo, había supuesto pasado. Cuando ya no había por qué llorar.

Pero no.

Aún hay lágrimas que vienen abajo.

Y ella también vino.

La presencia oscura camina las abandonadas calles. Se detiene, como si caminara, pero en realidad algo tan humano como caminar, no es parte de ella. Luego de estar medio tiempo detenida sobre un carro que intenta reflejar, pero lo que el carro refleja es oscuridad. Piensa, incrédula, e incipiente, qué nunca verá nada más que oscuridad en su reflejo. Por qué después de todo, qué son los espejos, son simplemente objetos que nos muestran, nos gritan días, tras días la verdad, aquella que podemos esconder a nuestros padres, a nuestra familia, a nuestros conocidos, a los amigos, a todo ser humano, vivo, objeto, o cosa que nos rodee. Es por eso que los espejos no es que le mostraran su figura, por eso por ser un ser de la oscuridad tenía un reflejo.

Y lo que el espejo mostraba era oscuridad.

Miedo, ira, pasión, rabia, cólera…

Pero todos ellos son sentimientos demasiados humanos, y ella hace mucho tiempo que no lo era. No esa “condición” pestilente y humectante a la que se le puede decir humanidad es solo una etapa inicial, de lo mayor que ahora es.

Por que ahora.

Ella.

Era.

5

Al siguiente día Oriana se despertó ligeramente agitada, los episodios que algunas veces venían a su mente había vuelto. No sabía cual era la causa de su malestar, pero físicamente estaba excelente, sin embargo se sentía agitada y movida. Había algo que se había colado en su cabeza, un presentimiento de que quizás algo ocurriría, o que ya había pasado.

Cuando se vio en el espejo, recordó las palabras de un compañero que ya ni sabía como se llamaba: Russian Doll, vaya sí que lo soy, se dijo así misma observando su cabello.

Su cara era tan pálida como la luna.

Mientras comía y hablaba con sus padres sobre sus estudios, su avance en la carrera, como se sentía de vivir en Europa, y como era la vida Francesa—mucho más liberada se respondía en ciertas ocasiones en su cabeza.

Sonreía mucho, y el pesar que tenía en su mente se alejó muchísimo, reconoció con eso que sus padres siempre le sacaban del motín o rollo existencial que ella usualmente vivía.

Sonó el celular.

Dejó el desayuno a medio bocado y con instinto innato lo tomó, luego se detuvo a mitad de camino y recordó.

--Lo siento madre, la acostumbre no la he perdido.

--No hay problema, Ori, contesta, aún es tu casa.

Le sonrió a su madre y tomó el aparato.

Su expresión se transformó completamente. Su madre que terminaba el desayuno notó aquello, miró la expresión de horror de Oriana, su papá por otra parte estaba de un lado observando la televisión.

--Hija qué te pasa…

Oriana salió corriendo a su cuarto. Las lágrimas le corrían cuesta abajo entre sus pómulos, parecía como si la luna misma estuviera haciendo erupción trozos de hielos. Se lanzó en la cama presa del pánico.

--¿Oriana qué ha pasado?—decía su mamá.

No puede ser. Qué es esto.

--Oriana me estoy preocupando, ¿Qué sucede?

Ha muerto, ha muerto. ! Ha muerto! Pero si me aseguré de que todo estuviera bien, la alejé de mí, le dije que no se me acercara, qué era más seguro para ella estar lejos. Pero no lo estaba. Nadie está demasiado lejos de nosotras. ¿Eh Oriana?

A qué te refieres con nosotras, no me hables de ese modo. Tú eres tú.

Si yo soy yo, pero yo soy tú. Ya lo has olvidado.

--Si no me respondes llamaré a un médico.

¡Respóndele, tonta!

-- Lo siento mamá… No quería preocuparte pero es que esta noticia ha roto mis sentimientos.

Así es Oriana. Continua. Qué crean qué eres una víctima.

¡Cállate!, Por su puesto que lo soy.

¿Lo eres?

¡Si!

Haha Después de todo este tiempo crees que lo eres. ¿No?

Cállate,! crómalo!.

¿Crees qué insultándome me iré? Sin mi no eres nadie.

-- Lo entiendo osita. Noté de inmediato como cambiaste. Casi me da un paro cardiaco cuando saliste corriendo. Luego intenté de responder el teléfono, pero aparentemente me trancaron la llamada…

Ha muerto, ha muerto.

Lo sé, Lo sé.

Ha muerto, ha muerto.

Lo sé, Lo sé. Nosotras…

¿Qué sucedió?

-- Ha muerto.

Oriana le contó todo a su madre. Daniela había muerto, la llamada había sido realizada por un viejo amigo de ella qué se había enterado de lo sucedido. Aunque el sabía que Oriana apenas y regresó, sabía que la habían matado muy cerca al edificio de ella.

-- Cálmate Osita.—le dijo su mamá y le besó en una mejilla. Aquello calló las voces de su interior. Siempre ese beso lograba aquello. Recordó que la había besado de ese modo, hacia ya tres años atrás, antes de dejar Venezuela. Y eso la había calmado.

Su madre la dejó. Y estaba sola.

Se ha ido, ¿No?

--Si lo ha hecho.

Sabes lo que pasará ahora.

-- Por supuesto qué lo sé. Necesito qué te salgas de mi cabeza.

Si no lo hacemos juntas, lo haremos por nuestro lado. No podemos librar esta batalla en este mismo sitio. Oriana, tú y yo somos una. No podemos vivir sin la otra. No intentes algo estúpido.

Y si es así. Sabes que yo te ganaré.

Soy lo que quieres ocultar. Lo que nunca podrás olvidar. Ni imaginar.

-- Lo sé perfectamente. No hace falta qué me lo recuerdes, parasita.

No me llames de esa manera. Estúpida.

En ese instante un dolor agudo se enterró en el cerebro de Oriana la que tuvo que zumbarse al piso en posición fetal, mordiéndose los labios para ahogar los gritos. Pero el dolor era agudo como si un tubo fuese enterrado en el pulmón y con cada respiración se encajaba más prolongando la desagradable sensación.

--¡Basta!

Entonces se calmó.

Y entendió lo que tenía qué hacer de ahora en adelante. No sería fácil.

Ella tendría una semana para estar con sus padres luego volvería a Francia continuaría su vida, seguiría en el mundo del arte, obtendría éxitos, luego podría vivir con alguien más, y morir más tarde por una accidente en la Torre Eiffel, pero el futuro no está escrito y se va escribiendo conforme se toma decisiones, efecto y reacción. Causa y efecto realmente es una ley. Llevaba tres días con sus padres y ya veía a Francia como un lugar tan lejano, en muchos de sus sueños la veía alejándose más y más. En muchas noches se despertaba llorando, pues extrañaba a su mundo. Y luego de noches enteras en velas volvía a dormir por unas horas, nunca había sentido algo parecido, ni siquiera cuando dejó a Venezuela.

Por que en Venezuela jamás se sintió realmente feliz, nunca se sintió identificada. No por las costumbres, ni el paisaje, ni cosas tan superficiales como el clima. Lo que ella no conseguía aquí lo conseguía allá. Su libertada, su soledad, pero su soledad estaba acompañada con Paz.

Y aquí ella no estaba en paz.

En sus sueños las voces la atormentaban le decían qué hacer, le hacían dudar, y le hacían deprimirse, sentirse más sola qué nunca, pese a tener otra presencia, estaba sola en este odioso país.

Y para aumentar sus preocupaciones la gente parecía estar destinada a angustiarla de peor grado, día tras día se llegaban noticias de antiguos compañeros de clases que ahorran estaban muerto.

Todos bajo el mismo patrón, una mordida, en la calle.

El susto por ser víctima de una persona que ande tras todos sus compañeros de clases, y quizás ella misma, era muy atormentador, por eso deseaba con todas sus fuerzas que fuese viernes, y poder huir de todo esto.

Sus padres la comenzaban a ver diferente y eso también la volvía un tanto paranoica, no sabía cuál era el origen de aquellas distancias con su familia. Para sumar la voz en su interior le decía cosas. Le hacía ver lo que sucedida a su alrededor como algo peligroso del cual debía huir.

Ayer ella había estado ayudando a su mamá a preparar pizza y cuando fue a tomar el cuchillo su mamá se lo quitó de una manera muy brusca, extrañada notó aquello y su mamá simplemente le sonrió, luego dejó de verla.

Lo sabe. Sospecha. Nos teme. Sabe. Lo sabe

Es mi madre, no tiene nada que sospechar.

Te tiene mucho miedo Oriana. Y tú lo sabes. Yo lo siento, lo veo en cada mirada, no puede dormir, tiene miedo que a mitad de la noche, una presencia oscura se le encime, no la deje respirar y luego la deje sin una sola gota de sangre. Tu papá también. No ve qué casi no está en la casa. Está asustado. Todos te tienen miedo.

OH Si, te temen.

Yo no he hecho nada, ellos no deben saber ni pensar nada, por que no hay nada en que pensar.

Tu y yo sabemos que si lo hay.

No hay nada cállate.

¿Entonces por qué te quitó el cuchillo?,¿ Acaso tiene miedo que mientras se voltea a introducir la pizza puedas tu meterle el cuchillo en el cuello?

Sabe que no lo haría.

Hahahahaha, hahaha, hahahaha.

En otras ocasiones Oriana caía dormida como presa de un cansancio extremo, y se despertaba antes del amanecer extremadamente cansada, angustiada, y ese estado de vigilia no se iba. Y no sabía por qué.

Sus sueños eran todos tenebrosos.

Huir. Huir. Francia. Asesinato. Huir.

Pero conforme pasaban los días se daba cuenta que la presencia que la acompañaban se sentía más tranquila pues faltaba poco para irse. Dejar todo aquello.

Sonrió Oriana mientras se iba a dormir.

Faltando Dos días.

6

-- Estoy asustada.

-- ¿Por qué querida?

-- Esto no es normal.

-- Lo sé. Nada pasará.

En algún momento pareció que la neblina de la Zona de Palo Verde había tomado por completo el apartamento de la Familia Morgado, pues todo: muebles, cocina, cocina, mesitas. Estaban envueltos en una neblina oscura.

La mamá de Oriana estuvo muy cuidadosa de no chocarse con nada, pero luego de más de veinte años, ya conocía perfectamente su casa, nunca había modificado nada, y su memoria motora le colaboró dándole el camino que solo podía caminar alguien con tantos años caminando el mismo sitio. Por eso no hizo algún ruido cuando llegó a la sala, cerró la ventana principal para parar la neblina que se colaba por allí. Ni tampoco hizo el más mínimo ruido cuando llegó a la cocina. Ni tampoco hizo algún ruido cuando observó la sombra que caminaba en círculos interminables en su sala.

Se agachó un poco y miró los ojos rojos que resplandecían desde la sombra que caminaba.

Parecía una mujer alta con el cabello en corte hasta el cuello. Sus manos estaban puestas en sus caderas en forma de espera, de lejos parecía una muñeca, una muñeca de la oscuridad.

Se agachó y esperó por más tiempo, no quería ser vista, tampoco quiso gritar. Gritar sería algo muy estúpido qué solo suceden en las películas. Lo que si deseaba es ver a esa presencia.

Caminaba con elegancia, tampoco hizo algún ruido, y si no hubiese neblina podría verle los pies, le parecía que no tocaba el piso, pero aquello no era lógico así que lo descartó.

Unos segundos después la presencia se posó en la puerta donde a cinco metros estaba ella escondida. Y luego abrió la puerta y salió.

La mujer de más de cuarenta años esperó asustada hasta que el sonido de la puerta rompió con el silencio del alrededor entonces corrió hacia la puerta y miró por el ojo de gato. Solo miró a lo lejos la sombra de la mujer.

Se volteó hacía su casa, sentía que su corazón rompería las costillas y sus dos pulmones. Entonces hizo lo único que pudo pensar: corrió.

Se llevó varias cosas por delante, haciendo mucho escándalo, corriendo como una loca depravada en las calles, cuando llego a la puerta sentía que el pulso se le iba a reventar, puso la mano en la manilla.

Estaba cerrada.

Sonrió.

No es ella cálmate.

Entonces cuando ya había decidido que el ruido, que los ojos, que la presencia, y que el miedo había sido una mala experiencia algo que seguramente se había imaginado. Pero eso era imposible estaba muy segura de lo que vio. Lo que si bloqueó fue la posibilidad de creer en lo que vio. Sabía que era cierto. Más no lo aceptaba. Cuando ya se había ido a dormir, un instinto la hizo volver.

Caminó esta vez calmada, sin mover un solo objeto de la casa. Tomó las llaves generales de toda la casa y se puso sobre la puerta de su hija.

Respirando con dificultando, rezando por estar equivocada, sonriendo como si una fiesta de chiste hubiese sido revelada, y temblando como si hubiese visto a su madre viva. Abrió la puerta.

Nada.

Oriana no estaba.

La mujer lloró toda la noche.

Es muy sencillo.

Solo hace falta un poco de pasión y esfuerzo. ¿Talento? El talento realmente es darle pasión a cualquier cosa qué haces. Así qué no es necesario talento.

Ahora si. Es muy sencillo.

Solo mírame a los ojos.

Toma el teléfono.

Marca el número indicado.

Si no te atiende, acuéstate a dormir.

Si te atiende, entonces ve tras ellos.

Y en ese instante en que la noche y nosotras somos una, allí sedúcelo, sonríele muéstrale tus colmillos, dile que quieres mostrar tus dientes.

Susúrrale en su oído que no tenga miedo.

Lo hemos hecho antes.

Qué nos muestre sus dientes.

Y cuando esté en nuestra dirección, que tome un poco de nosotras, pero luego vuélvele a mostrar tus dientes. Entonces atácalo.

Qué habrá su boca, y que sus gritos nos salven en la maldita noche. Pero ni la religión, ni nuestro sadismo salvarán. Por que no hay nada que salvar.

OH si grita. Entonces muérdelo de nuevo.

Saca de ellos todo lo que su boca quiera botar. Escúchalo gritar, mírale directamente a los ojos, y mientras va mareándose, dile que nos muestre los dientes, que grite, que trate de huir.

Pero no podrá salvarse.

Por que ya es de nosotras, ya es de la noche.

Y somos una.

Entonces, cuando ya no quede ni una sola gota de sangre. Levántate, y mira directamente los ojos de nuestra compañía.

Poco a poco la noche le cubre, el frío le envuelve, y se pega al piso, las luces mientras que llegan lo conducirán más y más al infierno.

Y.

Y mostrémosle nuestros dientes.

Cuando Oriana despertó estaba envuelta de un asqueroso olor. Por eso se metió en la ducha. Tardó como media hora en bañarse, y botar toda esa pestilencia que llevaba no en su piel, sino en su alma.

-¿A dónde fuiste anoche?

Aquello la dejó sin habla.

Su mamá la tomó del brazo y la llevó a su habitación. Allí sentadas: hija y madre. Le lanzó la pregunta sin ninguna clase de preámbulo. En ese instante Oriana por primera vez, desde que había llegado a Caracas se sintió realmente asustada. Los ojos de su madre ya no eran ojos de amiga. Eran ojos rabia, decepción, tristeza y miedo. Lamentó mucho qué su madre tuviese esos ojos, y que la miraran.

Pero aún así la pregunta la dejaba sin ninguna clase de explicación. Porque ella no había ido alguna parte.

Nos ha descubierto. Lo sabe. Oriana.

Cállate.

No me mandes a callar. Somos nosotras, y necesitas de mí para ayudarte. Te dije que ya era suficiente.

Yo resolveré solo escúchame.

-- Mamá hace años qué soy una mayor de edad, y si deseo salir en la noche lo puedo hacer. ¿Qué hay de raro en eso?. El hecho qué esté en tu país no significa qué tenga que pedirte permiso para hacer cualquier tipo de cosas. Así que no tengo que darte explicaciones sobre lo que hice anoche.

Los ojos de la madre no pestañaron.

Ni Oriana tampoco.

Nos descubre. Nos descubre. Sabe que estás mintiendo.

Si no te callas podrás hacer que se de cuenta de esta pelea interna.

Pero…

Ya lo tengo resuelto. Ella me creerá.

Un minuto después la mamá se paró sin dar muestra de haber creído.

Oriana se quedó ensimismada.

Estamos en peligro.

--Mi mamá no representa algún peligro. Ella es mi madre. Y por naturaleza cree en mi, así me vea con un cuchillo, ella sabrá que soy inocente. Es mi madre.

Lo sé perfectamente. Me sorprendes Oriana.

Oriana miró a un rincón de la habitación en donde estaba su vieja guitarra. La tomó y comenzó a tocarla. Dejó qué sus manos tocasen la melodía de Cáncer de My Chemical Romance. Luego tocó SleepWalking

Eso es lo que somos. Unas caminadoras nocturnas.

¿No te parece?

Oriana continuó tocando trataba de ignorar la voz de su interior.

Nuestra conexión es más interna. No necesitamos palabras para comunicarnos. Somos algo más oscuro que las tontas palabras. Solo espero que recuerdes eso. No te la des de inteligente conmigo. Después de todo no hay nada que puedas hacer para alejarte de mi. Soy tu Oriana. Lo mejor de ti.

Oriana comenzó a cantar junto con la guitarra. El sonido era cíclico, uniforme y sin vacilaciones.

Tu madre comienza a ser un estorbo.

La mamá de Oriana estaba sentada cuando recibió una llamada que era para su hija, pero la negó dijo que no se encontraba en casa. Preguntó quién era, pero más importante aún preguntó el motivo de la llamada. La llamada era la invitación a un velorio, otro compañero muerto a media noche.

--Gracias.

Hoy su esposo no se quedaría en casa. Esa idea la angustió.

La mujer lloró mientras escuchaba como su hija tocaba la guitarra desde la habitación de su cuarto.

7

Somos una.

8

La mamá de Oriana miraba directamente hacia la pared, cuando sintió cómo el aire era infectado por una presencia extraña. Y la vez familiar. La presencia tenia solo una gota de familiaridad lo demás era solo, soledad, maldad y oscuridad.

Era un bebe envuelto en una lluvia pantanosa y pegajosa. Casi ahogado, no se sentía su presencia. Atrapada en sus cavilaciones y pensamientos tomó sus dos manos, tratando poder sobrevivir esa noche.

No creía.

No podía.

Pero a pese de todo eso, y lo que su mente le dictaba, y lo que su corazón le susurraba sintió como todo ese mal se coló ante la pared de su cuarto. Como se posó sobre las patas de la cama, y como esos ojos rojos le miraban.

Y entonces sucedió.

La oscuridad es mi amiga. Y la oscuridad me ayuda. Salgo del cuarto, sin hacer el menor ruido, lo dejo entre abierto para poder regresar con calma, no estoy segura sobre lo que haré. Pero la oscuridad me ayudará, quizás solo lo que necesito es callarla, y luego mañana me podré ir.

Nada en la sala. Todo es oscuridad, intento no golpearme con los objetos, Oriana no quiere, ni puede ayudarme. No necesito resistencia. Por eso trato de no golpearme con las cosas de la sala. Sería rápido. Cómo siempre.

Abrió la puerta ligeramente, y entró.

Mi madre duerme con cuidado, está asustada puedo verlo. Su pie tiembla fuera de la sábana, cree que no le haré daño. Capaz sea cierto. Pero quien sabe, por que cuando estoy con la oscuridad, todo cambia.

Papá no está. Y sólo ella y yo estamos acá.

¿Morirá?

¿Vivirá?

La mataré. La dejaré vivir. No estoy segura sobre eso. Siento como mi piel blanca entra en estado de excitación y la visualizo por última vez entonces me entrego a mis deseos.

A dios madre.

Un grito inunda la oscuridad como el rompimiento de muchos millones de vidrios en una misma habitación. Pero la presencia oscura no se detiene, se lanza sobre su presa.

Cuando cae sobre la cama, tiene demasiada fuerza y la mamá de Oriana entre llantos y miedo no puede zafarse. Porque está vieja. Porque está cansada. Porque la vida ha sido dura, y no tiene la misma energía que una chica,

Poco a poco entre ruidos y gritos llega al cuello, va a romper.

Morirá.

Entonces las luces se prenden.

Desde la puerta un hombre se lanza contra las dos mujeres que pelean, golpea a la Dama Oscura y esta cae al piso violentamente.

-- Ya ha terminado, déjala. Todo lo sabemos lo siento… hermana.

La mamá envuelta en lágrimas abraza a su hijo, que mira la boca partida de su hermana. Y su hermana tirada en el piso riéndose como loca, se revolcaba y giraba de un lado a otro, los veía con odio, pero no volvió atacar.

Era una lucha que no podía ganar.

Reía y reía.

El nunca se perdonaría por haber golpeado a su hermana mayor a su ídolo a su ejemplo a seguir.

Que has hecho

Risa, risa.

Su madre abrazó al hijo nuevamente, mientras escuchaban los gritos ahogados de su amada hija.

Epílogo

Sanatorio Mental.

Caracas.

Una mujer con cabello rojizo y corto envuelta en una camisa de fuerza estaba sentada en posición fetal observando al piso, y sonriendo.

Desde la ventanilla su madre, hermano, y padre la veían. Todos lloraban observando como su pequeña artista, de ahora en adelante solo crearía arte en el interior de su cabeza.

-- Lo siento realmente. —Le dijo un doctor a la familia.

--Nunca esperé esto. —dijo la mujer

El Doctor tomó su informe y le habló a la familia, preguntándose sobre el futuro de muchas personas si esa mujer que ahora estaba adentro andaba por las calles.

-- Naturalmente todos sus síntomas son del patrón de una persona con trastorno de personalidad, delirio, y esquizofrenia. Esto es muy común, de hecho todos tenemos un poquito de locura, sin embargo, tiene algo que pasar muy fuerte para que los patrones exploten. Lamento decirle eso. Pero será muy difícil que se mejore. Espero que con el tiempo y el tratamiento pueda volver hacer lo de antes.

-- Pero no entiendo qué lo originó. Quiero decir, ¿qué desde que la recibimos ya tenía todo esto?—dijo la madre mientras lloraba, su marido la tomó en sus brazos y luego continuó hablando—Pero siempre la vimos tan cuerda. Nunca… imaginé que pudiese hacer algo como lo que hizo.

--¿ Asesinar?—dijo el Doctor con mucha naturalidad.

Los tres miembros de la familia lo vieron gesto dolido.

--Si.

El Doctor se volvió y miró por la ventanilla. Ella no se movía. Se quedó viéndola mucho tiempo, y sonrió.

-- Es muy normal. Lo bueno es que a pesar de todo los que asesinó puede estar aquí y no en una cárcel.

La familia enmudeció.

-- Gracias. Nos iremos.—Dijeron y vieron por última vez a Oriana Morgado, o a la cosa en que se había convertido.

El doctor los miró irse, repasó sus notas, y observó de nuevo a esa mujer que estaba allí. Un artista. Sacó una copia de la fotografía que había tomado de un dibujo que había hecho la paciente, con sangre. Una mujer sentada en posición fetal y demonios a su alrededor. Y más atrás una imagen muy parecida con ella pero con cachos y dientes, de vampiros.

--Interesante, Interesante.

El doctor se fue caminando sin dejar en pensar en ese dibujo que no quiso mostrar a su familia. Y sintiendo lástima por esa familia: ella nunca volvería.

Oriana miraba sus uñas.

Mira lo que nos has hecho.

Oriana sonreía, irradiaba felicidad.

No puedo creer que intentes no hablarme después de todo. Sabías todo, sabías, todo. Dejaste que yo tomara parte en el juego para luego engañarme. Que perra eres.

Oriana movió un dedo.

Crees que de verdad estas paredes me dejarán afuera. Somos una. No estamos locas. Y tú estás al corriente mejor que yo.

Oriana bajó la cabeza y miró el piso blanco.

No puedo creer que te hayas aislado ese último día para que yo no me entere de que tu hermano iba a visitarte. No puedo creer que haya desconfiado de ti. Por eso tocaste, querías mostrar arte, antes de irte, ¿No?

Fue una despedida.

Ahora más nunca estaremos completas. Y siempre estaremos sedientas. OH Oriana mira en lo que nos has condenado, más nunca seremos libre, cómo sobreviviremos con nuestra condición.

Oriana bajó sus ojos lentamente.

Es el final. Yo soy tú, y tú eres yo, y sin embargo, me mentiste. Somos una. Desde que desperté en tu interior, y nos convertimos, en lo que somos.

Ahora qué haremos.

Oriana miró a la puerta.

No había nadie viéndola. Nadie notó lo que ocurrió a continuación.

La camisa de fuerza se soltó, y quedó liberada.

Entonces se elevó. Flotó sin tocar el piso. Sonrió en el aire observando la blancura a la que su presencia tendría que sobrevivir.

Volvió a tierra, y la camisa de fuerza se amarró, sola.

Levantó la mirada y sonrió.

-- Te gané.

Musitó.

FIN

¿Cómo acabar

Con el peor enemigo

Si él eres tú

Mismo?

L.D