¿ A qué hora estoy muriendo?

martes, 11 de noviembre de 2008

Invasion


Las cadenas de Octubre

Invasión.

Estoy seguro que muchos de los calificativos que continuación escribo serán un conjunto de puntos en un crítica un tanto ideológica entre las tribus Rosa (nombre inventado no sin un solo toque de verdad) que de seguro no compartirán la opinión que se pone en manifiesto. No obstante (y con la mayor sinceridad que pueda abarcar estas pocas palabras), quien busque de escribir verdades esperando a que otras personas ponga la otra mejilla para recibirla, es un absurdo en lo que respecta nuestro mundo.

Esta historia es en Memoria de ese gran indio que me atormentó en muchos sueños para que contara parte de su historia. Aquí está. Me dejará en paz, espero.

Yo viví muchos años, y lo puedo decir con alegría. La tierra en la que caminaba era fértil y aunque poco me importaba los significados de palabras cuyo contexto se me formaran y presentaran a lo largo de estas pocas páginas. Espero guardar todo lo que mi corazón no quiera soltar, y espero también contar toda la verdad que tengo en este manojo de pensamientos. Porque nunca aprendí formular un verso, formular una vocal y ninguna oración. O bueno eso fue lo que pensó la tribu rosa poco después que comenzara mi enrancia y catástrofe. La historia que les importa de mí. Comenzó unos años antes de que la catástrofe si quiera se avecinada o que el viejo Mikhail me lo contase a mí que para ese tiempo no era mas que un simple aldeano y luego Jefe, mas tarde esclavo.

Se acercaba la vigésima cuarta temporada de lluvia en mi vida. A mi madre le costó mucho saber que poco después de la trigésima las temporadas de lluvias acabó para mí. Pero confió en que los dioses nos encontraran de nuevo y que será tarde para decirle lo mucho que le amo.

Yo era un joven alto, más bien fortachón. El típico hombre que esperaría que el Jefe le dejase a cargo de la tribu, lo digo si prepotencia pero así lo esperaba, yo y unos treinta más, esperábamos ser líder. Nosotros éramos una fuerte tribu indígena (cómo nos llamarían dentro de poco), vivíamos cerca del abierto mar cuyas olas eran un montón de espuelas, y blindaje de sal que chocaban contra las labradas rocas de la costa. Era hermosa, un paraíso propio. Guanahaní tiene ciertas características que me enamoró de ella.

Para nuestro pueblo, era amor a su tierra. Para mí era necesidad algo casi mágico y mayor que el amor. Pues mi tierra lo era todo, era yo, yo era Guanahaní. Por eso varios años que la tribu rosa llegase yo lo sentía en los hueso…

—Te sucede algo—dijo el indio alto. Sus ojos estaban posados en mis caídos párpados. Y en mi mano que no paraba de tocar mi corazón.

—Nada

Mi mirada me delataba, aquello me lo enseñó mi abuelo varias cosechas atrás. Un hombre nunca miente sin que los ojos revelen lo que dice, decía constantemente mi abuelo. Sí él estuviera vivo sería una de las pocas personas que me comprendería. Pose mi mirada casi gritándole a Zi que continuáramos.

—Seguiremos. —dije al fin.

En aquellos días, los festejos para adorar al Dios del sol se acercaban nosotros éramos muy respetuosos en ese aspecto. Adorar, y agradecer, todo lo que la Madre nos colocó en camino. Cada mañana al despertar me acercaba a la puerta de mi choza miraba el alba, como los vertiginosos rayos del sol acariciaban la planicie y como el olaje traía consigo el rumor del agua chocando con las rocas. Mis oídos eran un espectador constante, porque cada melodía de la madre tierra jamás era igual y en Guanahaní aquellos sonidos se intensificaban desde la costa oeste dónde estaba la otra tribu –que en algún momento luchó con firmeza por este sector de la isla pero nosotros éramos fuertes salvajes y no perdimos defendiendo a nuestro sector—Hasta el sur de la isla. De pequeño cuando aprendí a cazar—y les diré una verdad que se le han escondido durante todo este tiempo. El matar o el cazar no es un arte. Es una aberración una lucha inmemorable que hemos vivido durante nuestro más recóndito momento de existencia. Bien me lo decía mi abuelo. Y yo estoy seguro de eso. Y aunque no esté de acuerdo con matar debemos sobrevivir y aun no he pensado una solución mejor para que la especie sobreviva que no sea exterminado a otra más pequeña. —, a pescar y todas las labores de la tribu; siempre con la idea de gobernar mi tribu.

–Dime sí es verdad lo que se rumorea por las costas.

Yo supe de qué hablaba. Pero callé expectante.

—Sobre gobernar la tribu. ¿Es cierto?

—Lo es—respondí y el silencio amordazó la oscuridad. Estábamos en medio bosque observando a un grupo de cazadores.

—Sabes los riesgos. Tendrás que pelear con aquellos que también sueñan con…

Clavé mi lanza en el piso. La tierra se movió, las hojas hicieron un ligero sonido y los cazadores se movieron inquietos. Sonreí.

—Los riesgos. Claro. Sólo que yo no sueño. Yo sé que lo seré. No lo deseo ni lo espero. Simplemente dejo que llegue el momento. De nada me vale soñar—dije. Zi y yo nos subimos entre un viejo árbol cuyas raíces flotaban (terroríficamente) de un lado a otro. Aquellas raíces que se movían en comunión con el viento me recordaba los finos dientes de los animales del bosque, la sensación de quedar atrapado mientras una araña devoraba tu cuerpo era perturbador. No obstante subimos. Arriba observábamos nuestro objetivo. Y en parte aquella noche mi vida cambió… por completo.

El fuego que siempre me atrajo estaba vivo. Lo que abajo había lo entendí ya demasiado tarde, más, describiré lo que vi:

En el centro de la espesura verde del bosque, una llama de fuego ardía apresuradamente, el humo se convertía en formas que mi cerrada mente no entendió. Mi compañero me dijo que vio demonios y sus peores recuerdos allí. Las llamas salían de una hoguera minúscula en función de la fuente cuyo fuego era vomitado verticalmente casi hasta tocar a los dioses del cielo que iluminan la noche. A un lado casi haciendo un elipse quince o veinte cazadores estaban sentados admirando—no era otra palabra. Veían con ojos desorbitados y respirando el humo que salía de las llamas—al viejo Chaman que miraba al fuego pronunciando palabras in entendibles incluso para mis oídos aborigen.

El chaman era un anciano casi tocando las pisadas del Dios de la muerte. Sus ojos eran una lenteja negra y sus ojeras chocaban como un maremoto con sus mejillas. Su cara era un flácida cantidad de cuero que guindaba con el tintineo del viento, sus ojos inyectados de sangre resplandecía con la luz del fuego. Sus manos alzadas invocando al fuego se movía de arriba abajo, y desde lo lejos pude observar sus uñas alargadas dentro la arrugadas manos.

El viento rozó con mi cabello moviéndolo a lo largo y vi. Como el cabello blanco y espeso del chaman se movía agitadamente. Y lo siguiente me sorprendió. Su mirada se perdía en un lugar lejano, algo más allá de Guanahaní—en ese momento recé para que Urrumadua posara su mano en mi cuerpo—y los ojos se tornaron blanco, no negro no azules, sino blanco. Las virutas que eran sus venas se perdieron, yo predije que sus ojos se movían a trescientos sesenta grados (aunque realmente pensé que dio una vuelta).

La gente a su alrededor comenzó a bailar la danza del sol. Yo lo conocía muy bien, el chaman de nuestra tribu—que era un hombre adverso a este. Era bajo con cabello que como escoba barría al piso, pero su magia era más moral, lejos de convertirse o algún hechicero—nos recomendaba danzarla o en su defecto el baile de la lluvia.

Las personas, como muertos danzaban, con brazos semi-estirados subiendo y bajando alternativamente. Sus rodillas se doblaban por la mitad y brincaban por aquí y allá. Mi compañero me tocó mi hombro.

—Ves eso. Han enloquecido.

La imagen de los ojos blancos se mantenía presente en mi mente como cuando maté por primera vez a mi cena. Fascinado es la mejor palabra que me identificó en ese momento, y aunque días después me convencí de lo contrario me dí cuenta que si él no me hubiera hablado hubiese saltado a bailar con ellos. Pero me detuvo.

..Su mirada era blanca.

—Sí lo han hecho. Aunque eso no nos importa. El chamán y el jefe nos aconsejó venir hacia acá. Duraremos toda la luna si así debemos.—dije mi mirada se posó de nuevo sobre aquel grupo que ahora estaba mucho mas lejos de lo que yo me imaginaba… o de lo que mi profundo ser quería. Quería danzar con ellos que el calor me reviviese y me mandara a abordar la escena también, vivir ¡oh fuego bendícenos!

¡Ya basta!, me grité y me puse las manos en los ojos como si llorase. No sabía que pasaba conmigo aquella escena me desconcentraba me volvía loco. Ver ese montón de personas bailando y la ligera posibilidad de que si me encontrara moriría bajo la llameante flama me excitaba. Quería tocar el fuego, arder en él. Mis manos, caliente, caliente, caliente.

¡BASTA!

Esta vez no pude reprimirlo mi voz se pronunció de costa a costa, tal como lo hacía el sonido de las aves cada mañana, y cómo la tormenta chocaba con la playa. Mi compañero me miró y yo a él, penetración en el alma fue lo que hubo en aquel momento, nuestra vida pasó delante de nuestros ojos. El terror de morir ahogados, o quemados. O que nos destrozaran, que tomaran nuestros penes y terminaciones para ofrecerla a la Diosa de la fertilidad y que después atacaran a nuestra aldea. Ellos siempre nos han odiado, y creo que así siguió mucho después de mi partida.

Nos tomarían, pero eso no pasó aquella noche.

Las personas drogadas caminaban de igual forma. Se tomaban de los brazos y ahogaban sus súplicas más fuertes aún. Yo sentí un alivio total. Pero poco después miré con terror los ojos blancos del Chamán que se posaban sobre mí, no viendo mi cuerpo sino viéndome en mí.

No pude ocultar que mi corazón se paró por cinco segundos, cuando la mirada trajo consigo una sonrisa, que no olvidaré y que mi cuerpo tan solo de recordarla me devuelve a esa pesadilla.

Sonrió una vez más y se volvió con parsimonia para invocar una vez más a aquel Dios que yo tanto ignoraba y que sí hubiese abierto más mi mente hubiera visto dentro de las llamas la oscuridad que llegaba a Guanahaní.

Pero eso lo descubrí una semana después cuando…

El Chamán cuya cara era una con le fuego abrió los ojos. No lo blancos perdidos y turbios, sino ojos sorprendidos y encarando la lobreguez reinante. Aquello que vislumbraba era algo que ni los más profundo hechizos podrían mostrarle y eso debía a que salía de su imaginación y técnicamente no podría formular algo parecido a lo que su ojo interno le mostraba.

Miró a su alrededor. La vida le pasaba a sus ojos. Desde pequeño había sido un hombre especial, con actitudes distintas a los demás de su alrededor. Y esa realidad de su ser, le llevaba a verse como un ser superior. Chiquillo había sido forzado a llevar las riendas de su familia no obstante su incapacidad motora—una malformación en la columna que le obligaba a estar en un Angulo de cuarenta y cinco grados—le impedía todo aquello, entonces conoció al viejo Ishaq, el chamán. Y entonces su vida, su verdadera vida comenzó. El chamán le bendijo y le mostró el camino como chamán—un verdadero chamán no tiene manual, libro ni cosas absurdas del nuevo mundo, es un travesía que se te muestra, un punto que tienes, depende del aprendiz caminarlo y andar, el maestro jamás te tomará de la mano si caes.!!Que te lleven los espíritus!—Y el lo siguió difícilmente, bajo burlas, bajo malas curaciones hasta que un día, ya casi cincuenta años atrás cuando curó al enfermedad de un chiquillo.

El chiquillo que andaba por el río norte de la isla había sido picado por una serpiente de cascabel, y el viejo (joven en aquel tiempo le había salvado), un luz divina entonces le llegó y con un montón de plantas medicinales untadas en sus heridas curó al niño, desde ese momento se volvió el chamán de la tribu. Y si alguno de ustedes no me creen, demuéstreme que un chamán no pueda hacer eso. Al menos en mis años siempre fue el médico de todo, y eso era un milagro.

La canción que circundaba a su alrededor dejó de sonarse entre la leve brisa que acariciaba sus tormentoso cabello. Movió la mano y la música se reanudó. Mientras tanto se inclinaba en una última plegaría.

Y entonces la visión fue más clara.

Del fuego criaturas que salían de su imaginación se formaron llenando de fuego su alrededor. La forma llameante de un tiburón gigante donde encima de ellos había un montón de hombres cuyos ojos eran infernales y destellantes de fuego, navegaban sobre el mar hacia la isla. Luego de eso lo que vio fue la misma isla. Guanahaní llena en llama e infectada por la mano infernal de aquellos tiburones gigantes

Estaba acorralado, su espíritu que usualmente viajaba para predecir la cosecha las altas mareas, las tormentas y demás cuestiones de la población; se vio envuelto en ese círculo de fuego, los hombres lo tomaban preso quemando su alrededor, pero sus heridas no eran ampollas ni quemaduras, de su heridas emanaban chorros de sangre hirviendo como caldo y chorreando todo su alredor. Vio con crisis como la sangre se convertía en un manantial de un río que se perdía entre la isla como una erupción volcánica. Los niños, lloraban sangre asustadamente.

Entonces el fuego murió y se encontró a si mismo envuelto en un apestoso sudor. Miró sus manos arrugadas, y notó lo mucho que había envejecido para aquel entonces, y miró a dos hombres en las ramas de los árboles. Sonrió, acto seguido, miró lentamente al mar dándole gracias a los Dioses, sabía que hacer.

Aquellos hombres serían su medio.

Y aquel hombre de casi cien años se encerró en su choza con un cazador de sueños.

Hoy ya ha pasado casi un mes desde mi episodio oscuro y todavía mis sueños son húmedos, terroríficos e irremediables. He hablado con el Chamán de mi tribu pero nada de lo que me aconseja me ayuda, siento miedo de perder la gracia de los seres de la tierra, pero no estoy a aquí para decirle lo mal que he estado. Las terribles pesadillas que se avecinan como una tormenta después de la calma de un caluroso de día. En mis pesadillas, yo soy alguien distinto, mi piel es rosa, esculpida y muy filosa. Llevo el cabello hacia atrás pegado a las sienes y me siento poderoso, y estoy lejos de Guanahaní de hecho estoy perdido no se donde estoy y sin embargo hago cosas que no puedo explicarme, pero que en el sueño son como decisiones que no capto, como si montara a caballo y el animal estuviera loco corriendo de una lado a otro tambaleándose levemente.

En unos de mis sueños estoy encima de un animal de madera que atraviesa el mar, con el viento (que aún siento salado y húmedos en mis pómulos) revolviendo mi cabello que son como el sol en al alba: finos rayos que danza en función del tiempo. Pero eso no me atormenta, el desosiego viene cuando veo aquello….

Raz una mujer de mi tribu. La conozco viví desde pequeño con ella, lo se estoy seguro, siempre estuve enamorado de ella, y todo mis logros en batallas por defender a mi tierra se consolidaron y sacrificaron en nombre de ella. O Raz como la amo. Aún la amo. Después de que ambos nos alejamos de Guanahaní.

Ella estaba allí enfrente de . O de a qué hombre que en mi sueño era yo. Aquella especie de posesión de cuerpo que mi alma había hecho me traería problemas lo se. Aquella mirada de horror que mostraba fue como la impresión que cualquiera de ustedes tendría al ver al Sol y a la Luna juntos, o al ver el Agua quemando al Fuego o puede ser al ver al Fuego mojando agua. Así de confusa era nuestras miradas. Y más aún eran mis sentimientos.

Su cuerpo estaba amoratado, me decía a grito (su cuerpo, que tanto yo conocía cada centímetro y lunar de su cuerpo yo lo conocía. Mis manos habían sido una expedición de amor dentro de la selva de su cuerpo) que estaba sufriendo pero aquella persona que movía mis manos hizo lo contrario a lo que mi mente quería realizar. Ahora que digo esto se como se siente los títeres: simplemente moviéndose por la voluntad de algún idiota sin oficio moviéndolos como arte de magia, causando la risa del odioso público que se ríe tratando de reírse de su propia vida.

Su seca boca estaba amordazada por un trozo de tela mugrienta y pareciente a una mezcla de fluidos y de sangre. Sus ojos oscuros me miraban. Pero no con el amor que siempre me demostró. En su rostro era odio, piedad, miedo, ansiedad… sentimientos que en treinta años jamás me demostró. Y mi fuero interior estuvo aterrado. Mis pensamientos le ordenaban a mis brazos tomarla y abrazarla, hacerle el amor una vez más. No obstante mis voz como por una alcantarilla sacó un sonido que pareció intimidar a cualquier perro.

—Y está. —dije y la tomé en mis brazos con asco. Luego la miré como si fuera un insecto raro, o una rata que debiera destruir. Algo asqueroso. Pero a su vez seductivo. Entonces la golpee contra el piso, su boca sangraba como un torrente. ¡Detente!. Gritó mi interior, pero aquel títere no obedecía. —Prepáramela y bájala al cuarto.

Y entonces se la lancé a un montón de hombres que parecían cerdos hambrientos, de hecho se me parecía más a animales de la selva babeante de carne fresca, como las pirazas aquí y allá violaban mujeres. Todas de mis tribus.

Mi más temor. Mi mayor dolor. Es que yo los dirigía. A ese montón de seres, sin gracia, sin consuelo de vida. Vi a lo lejos el arder de mi tierra natal y el calor que entró y penetró mis nervios fue infernal como si estuvieras fastidiando a un cuerpo espín y este dirigiera todas sus espinas hacia a mi.

En suave ronroneo del viento que acarició las palmas y dejó caer pocas gotas de lluvias pasada sobre mis ojos me despertó ansioso. La sensación que me invadió fue semejante a la cansina que aguardamos adentro en donde nos desesperamos por terminar un capítulo de nuestra vida, o iniciar el siguiente, en esa cuestión estaba mi mente divagando entre la verdad la mentira.

Alcé la mirada y las nubes se alejaban, dejando consigo el cielo estrellado. La noche fue espectacular. Asimismo, me puse de pie y supuse que estaba a media noche, no lo supuse, lo supe. El frío era aquel escalofriante y sepulcral de la media noche. Y mi mente dio una vuelta y los pensamientos que se calmaban recordaron mis sueños. Las pesadillas y veía a pocos metros como mi tribu agotada del arduo día descansaba en el mas profundo de los sueños, yo no pude quedarme de pie a ver todo eso. Las imágenes volvían y se hacían más profunda como si fuese una lanza clavada en el pulmón: Cada jadeo es un acercamiento más al borde de la muerte.

Temí me haciné el cabello y comencé a caminar alrededor de la costa. Mis pies se entregaban a la arena en forma de comunión, y esas pequeñas volutas de piedras eran como un calmante de mis nervios poco a poco recuperé la calma interior. Hasta que en el horizonte vi el principio del fin de mis días…

Tengo que detenerme recordar eso hace que mi alma se agite y el pacto que hice con los dioses para poder contar esto me hace débil mas rápido. No obstante, debo terminar esa parte del camino, esta fue la que puso a mis nervios de punta a punta a atemorizados. Intentaré contar esto mientras mis ojos de viejo y cansados, se enjuagan con lagrimas que tiempo atrás se habían evaporizado de mi ser.

La playa era una enorme extensión de arena blanquecina y exótica que abordaba todo el lugar incluso uno podía entrar al bosque de la isla y aún tiempo después de caminar restos de arenas aún volaban por esos sitios como polvo. Un sentimiento inexplicable era ver aquel paisaje para mí. Ahora abro el espacio para recordad mucho tiempo atrás mi buena madre, una mujer que era esposa del un cazador de la tribu (mi padre quien murió ahogado), ella desde pequeño me enseñó la caza y el espíritu de la guerra mi mamá fue la primera mujer que amé. Y ahora agradezco al Dios de los Rosas porque ella estuviera muerta para cuando mi historia se convirtió en una cruel matanza. Yo había recibido una lanza por noveno cumpleaños y ella me prometió enseñarme, no obstante estaba recogiendo la comida, yo estaba cansado de esperarle y me puse a caminar por la isla unos amigos me habían comentado que si vas solo por Guanahaní descubres cosas maravillosas, yo nunca andaba solo mi mamá no me lo permitía pero no me culpen a los nueves años quien no desobedece a sus padres.

Entonces decidí ir a caminar a ver si cazaba algo entre los matorrales. Entré en la maleza dejando a un grupo de niños de cuatro que jugaba con unos patos de por allí no presté a atención a ello y di la vuelta en un árbol que parecía la forma de un halcón con sus alas extendidas. Caminé por diez minutos aproximadamente. Era maravilloso. Las cosas en Guanahaní que nunca vi, las aves volaban con un sonido melancólico excitante, por otro lado, estaban el sonido del roce de aquellas plantas, los frutos frescos que muchas tardes pasé comiendo. Caminé y llegué a un lugar extraño.

Es como aquella sensación que un día por la tarde se tiene al ver de nuevo el sol que se pone mostrándote de manera cansada y tediosa, su monótona figura que desciende hasta trasformarse en un fideo, seco y largo cuyo último brillo, apocalípticamente te dice que ha llegado el final de este día para comenzar de nuevo con el siguiente. Todo aquello pasó por mi cabeza. De hecho se impregnó como un agua mala absorbiendo mi felicidad. Y entonces mi tierra se convirtió en un páramo, de repente al caminar no sentir nada. Como si estuviera suspendido en una palma observando que un solo cambio de peso y me precipitaría hasta morir.

Pero eso no pasó…

El silencio.

Que fue lo más aterrador que vi en esa radiante selva. Esos manglares que de forma a laberinto se entrecruzaba unos con otros y con ellos la luz eran volutas en el aire con penetrantes rayos que parecieran que fueran a atravesar los cuerpos. Era una sensación un tanto extraña y ambigua. Parecía ver a un bosque lejano y que una fuerza sobre natural, como el viento, lo atraía hacia a ti lentamente más y más cerca. Hasta chocar parecer que chocase y rompiese tu cráneo explorando la fisionomía.

Todo eso pasó por mi mente.

El ruido de un ave al golpear unos de los manglares… el sonido aburrido de un pez saltando a comer una mosca… el movimiento de eso en el agua… hizo que mi cuerpo se pusiera en alerta.

Moví la cabeza de un lado a otro, haciendo que mi cabello formase una cortina negra sobre mis ojos. Unos segundos de silencio se lanzaron a mi, hasta que por fin empecé a caminar, el agua sonaba extraña, como si un montón de animales la explorada. Y mientras tomaba una piedra y bebía del manantial, detallé con expresión cansina que alguien me miraba.

Y me tengo que detener de nuevo Yo no creía que alguien me mirase, no, yo lo sabía. Mi madre decía que cuando sabes algo lo sabes y ya. Era como estar seguro que pararme cuesta abajo en el río o en el delta, sería posible de cazar algunos peces, o también conocer de ante mano que si nado mar abierto me cansaría y me ahogaría de esa misma forma conocía a la perfección ese sentimiento de saber que realmente algo pasa. Porque realmente pasa ¡Por Dios! Alguien me miraba, sentía como esas pupilas (quizás abiertas o entre abierta detallando, o leyendo mis pensamientos, mientras me muevo) me perseguían, como la respiración rompía el silencio que tanto miedo me daba. Lo supe desde que toqué la tierra arenosa del manglar hasta que vi a ese pez amarillo comerse a la mosca gorda que zumbaba río a bajo.

Lo sabía.

Sí. Sentí como la respiración entre cortada me analizó y algo que me cuesta describir que a continación se vino encima como los cuernos de un jabalí enfurecido, o como montón de abejas.

Un golpe. Y miré buscando el causante, reparando en que en toda la zona las almas estaban calladas y quietas, yo era el único que penetraba la paz de este lugar. Entonces…

--No eres el único. —y fue una voz entre cortada y anciana, cómo de seguro escucharás en el oído con aquel frío que recorre todo tu cuerpo ahora mismo. Voltea a la derecha.

De inmediato el temor floreció como una flor negra atrapada en la oscuridad de la profundidad de un valle. Y desde el río, (juro por dios que en ese momento de terror las aguas se pararon y dejaron de correr), una especie de montaña se elevó trayendo consigo a alguien cuyos rasgos eran inconfundibles. Eran viejos, secos y rancios. Con la piel pegada y esquelética y asquerosos ojos verdes inyectados de sangre.

Su mirada y cínica me miraron.

Miré, no se porque, lo observé con odio. Supe en ese momento que la muerte era más próxima de lo que esperaba.

Era el Chaman, aquel viejo que se el día anterior había hecho al paradójica danza y me había hecho tener aquellas monstruosas visiones que ya no quiero recordar…

Aquellas, donde naves incendiarias emergían del mar, chocando con fuerza huracanada la costa de mi tierra desgarrando y destruyendo a su paso. Era horrible si quiera imaginar todo aquel colapso unido. Si esa es la forma de cómo expresarlo. La mirada pérdida de la mujer que siempre amado, observándome, ¡No!, odiándome con la mirada, me causaba estrago en mi alma, y además…

¡Basta!

Esa voz que sabemos que tenemos en nuestra mente, es decir, nuestra voz de razón que nos dice “hombre estás soñando”, o “deja de pensar en esa tontería”, sólo que esta era enérgica y me detuvo mi constante apogeo. Entonces aquella voz me hizo reaccionar y mirar de nuevo al chamán.

Un grupo de hojas atravesaron nuestro campo visual, más adentro en el bosque escuché sonido que me llevaron a lugares en mi mente que no soy capaz de abrir y me da miedo demostrar.

—Tú y yo sabemos que nos conocemos. — no dijo el chamán. Sí, ¡no! piensen que estoy loco, pero aquel hombre no movió jamás sus labios, si quiera unos centímetros por lo tanto no puedo concebir la idea de que halla dicho algo. No obstante, yo escuché, no físicamente, sino en mi mente.

Asentí. Estaba estupefacto al ver que mi mente escuchaba, y casi muero al ver que mi mente habló, Como aquella voz que es perfecta, la voz ideal, que guardamos en nuestras cabezas, en donde los cánticos y toda palabra están perfectamente codificados y formulados.

Silencio.

—No importa. Lo que te estoy dando es una advertencia. Aquello que vistes no fue un sueño, ni fue una señal, para que abandonases las prácticas que normalmente realizas, ni nada absurdo con lo que puedas hacer cambiar a alguien.

Silencio. Sus palabras eran perfectas, y aseguré, en ese instante, que si yo trataba de hablar mis palabras serían como el sonido de roce de los árboles con el viento, volátil y sin significado aparente.

—Ahora, podría decirte muchas cosas más, pero tampoco quiero que me entiendas. No te voy a ayudar. ¡Para nada! Ni te diré que hacer. No hay nada que hacer está escrito, está planeado ni los ancestros podrán librarnos de ese caos que se nos acercan, yo por mi parte he decidido sucumbir e irme de este mundo. Tú también deberías hacerlo, consecuencia, no hay nada que puedas hacer. Estás atado a ver como las aguas atraen a esos demonios de rosas y tendrás que doblegarte, créeme si supiera algo que hacer no lo diría, porque se que son palabrerías ante lo que no se puede evitar.

…Joven mi único consejo Es: prepárate. Porque el fuego arderá en tu carne. Los golpes serán mas fuerte y tu tierra sufrirá. Ningún Dios podrá detener eso.

“Ningún Dios podrá detener eso”, aquellos restos de la perfecta voz se detuvo encascada como un arrollo entre las piedras. La figura del chamán fue descendiendo si siquiera mover el río inerte, poco después entendí aquello de irse de este mundo.

Cansado. Molesto. Triste. Me tiré al piso mis rodillas se hirieron con las piedras y poco después la indignación me llevó al llanto, por primera vez luego de más de veinte años.

Una semana antes de que llegara el final, yo estaba sentado a la orilla de la playa observando con recelo y odio al mar. ¿Cómo era posible que quien nos brindara aquellos hermosos y sabrosos peces, nos traería la cólera? No lo entendía y lo odié como nunca. Así como odié a todo lo que me rodeaba. ¿Y quien me culparía?, absolutamente nadie.

Poco después me volví Jefe de la tribu, me refiero al encuentro con el Chamán, y aunque mis escasos esfuerzos por movilizarnos al lado norte de la isla, Si es verdad lo que piensan en este momento: quería alejarme del mar, no obstante, necesitaba el alimento y nuestra pequeña pero creciente tribu necesitaba de la caza.

Estas últimas semanas han sido cansinas. Mi mujer, no fue aquella quien vi que me odiaba, fue como una maldición desde aquel entonces. Me explicaré:

Cierto día, y de eso hablo ya casi un año, que intenté conquistarla, “si iba a morir debería acabar con cosas que no había hecho, por falta de valor, o de coraje. Créanme cuando les digo que hice grandes cosas por mi gente, no obstante esa es otra parte de mi historia que quizás si vuelvo a bajar del plano en el que me encuentro les contaré, y que sepan que nadie odió, ni odia más a esos de la tribu Rosas que yo.

En fin la tomé por los brazos, y sin hablar, las palabras serían una molesta interferencia entre mi boca y la suya. Acto seguido nos amamos, su transpiración estaba en mi, y la mía estaba en su cuerpo delicado y rojizo como el ocaso. Si la amaba, aún la amo. Y la que fue la segunda mujer en mi vida, jamás podrá ser objeto de amor como el de la primera. Lo siento, pero es así, no les voy a mentir; Y menos a esta altura.

Nos tomamos las manos y cuando su boca acarició mi oreja susurrando “Te amo”, fue como un ataque de una víbora de inmediato la lancé de mi cuerpo y me sentí asqueado: no de ella, jamás podría. De mí. Porque conforme nos poseíamos, observaba la imagen de odio de ella hacia a mi, y como yo la mataba. Nuevamente juro que no pude verla y tuve que salir corriendo. El dolor con lo que les cuento esto es igual al odio con el que hablo de los Rosas, muero cada día por ella, y ver esa imagen matándola, y ella odiándome ha sido el peor castigo que he recibido. Todo por ver más allá de lo que necesitaba.

Como lo siento.

Como seguía. No es que me hayan dado un día exacto. Para nada pero mis nervios lo sentía, mi alma estaba consciente que faltaba poco para morir.

Lo peor, o mejor. Es que cada día envejecía por cinco años, ya después de un año de aquella visión, mi cabello estaba casi blanco. La tribu lo notaba, aunque guardé el silencio.

Un día antes de aquello que sabemos, mi mujer me dio dos hijos, Un varón y una hembra, en realidad eran tres, pero uno murió y agradecía a alguien (pero ya no creía en dioses y apropósito lo escribo en minúscula) porque este que murió no sufriría los estragos que se aproximaban. Esta semana envejecí bastante, aunque podía mantener una lucha ardua.

Eran palabras. Mi alma estaba totalmente muerta. Hecha añicos como un montón de vidrios.

El día de mi muerte, desperté a media noche. Me paré y no necesité esperar unas horas más o ver los animales de mar que rompían la emocionante línea del horizonte, atravesándolas y acechando cada vez más. Para nada. Sólo esperé unos cuantos signos para saber que había llegado el día.

Me desperté, la noche no me dejaba dormir, para aquel entonces mi sueño era remolinos de llamas donde me quemaba yo en el centro, veía como la piel hecha agua bajaba y dejaba mis huesos rojos envuelto en la sangre. Lo último que vi, desde el plano del sueño, fue la sonrisa inerte que tenía mi cráneo.

Y eso me despertó turbado.

La noche que era horriblemente calurosa, se volvió fría como el miedo al salir de mi choza y caminar a la playa. Me acostumbré poco a poco a ese clima, aunque lo que sentía era que un montón de espigas se clavaban, no en mi cuerpo, sino en mi alma, en los trozos que de ella seguían viviendo. Miré mi choza y las de las demás personas de mi tribu, como los amaba y creo, NO, estoy seguro que eso fue lo único que me mantuvo vivo y que aún hoy me mantiene, en esencia, por lo menos.

Si les digo que caminaba alegra para nada. Lloraba pues ya sabía que se aproximaba el final, miento si les digo que quise afrontarlo, para nada quise huir, ser de nuevo un niño y que mamá me aconsejara o me amantara, no estar aquí ni ser líder. No obstante, el verdadero valor equivale a aceptar ese miedo, porque si no aceptamos el mal en nosotros como nos daremos cuenta del bien…

que intentamos mostrar…

No se cuantas horas pasaron y miré las naves que acechaban la costa. Nos tenían rodeado, grité con una voz perfecta que debería defendernos, pero eran superiores en números.

Lo sabía.

Los niños tomaron armas y las mujeres los tomaban para que no pelearan, no todos murieron.

Lo sabía.

Nos llevarían a otro lugar y bajo golpes nos atarían y torturarían para hacer lo que ellos querían.

Lo sabía.

Mi tribu sería saqueada, y nuestro espíritu violado. Llevándose la Tribu de los rosas la esencia física de nosotros, pero jamás la espiritual. Porque lo que fuimos jamás cambió y al caminar por la costa de mi tierra se puede sentir que aun vivimos.

Lo sabía.

Mis hijos fueron llevados y mi mujer violada por un grupo de hombre cuyas facciones eran perfiladas, pero demasiado deficiente. Lo físico jamás es prueba de pureza.

Lo sabía.

Aunque aún no pasaba. Y yo moría esclavo tres meses después. Quiero decir mi cuerpo, mi alma morirá en unos segundos. Todo aquello pasó en mis ojos.

De nuevo supe todo aquello al pararme en frente a la costa y ver como un monstruo de aguas turbias me acechaba en ese instante morí, y me uní a mis ancestros y ahora bajo y les cuento lo mucho que mi mente fue masacrada, mutilada, violada, poseída y escupida. No hubo unión, todo eso fue anarquía.

Caminé y voltee por última vez, pocos segundo antes de mi muerte, mis brazos tomaron la lanza y el arco.

Lo demás lo “dice” la historia…

FIN